Cochinadas
¿Quién no recuerda la matanza del cerdo? Era una ceremonia que se llevaba a rajatabla en cada pueblo. Era la comida de un año para la mayoría. Venían los vecinos a ayudarte. Los hombres, a matarle; las mujeres al río, a lavar la morcilla. Durante semanas, los chorizos se colgaban por encima de la cocina para ahumarlos. El lomo se metía en aceite, se salaban los jamones; las patas y las orejas se adobaban y se guardaban para el cocido y la fresquera de la casa estaba bien surtida de carne. Incluso, la cabeza se colocaba encima de unas parrillas y se asaba. Exquisito manjar. Pero la matanza era un rito, al que uno se prestaba después de una copa de orujo y unas pastas. Y eso se hizo costumbre y se hizo tradición. Y eso mismo es lo que han venido recordando cada año en Villada, donde el Ayuntamiento, dice la sentencia de la Junta, lo ha venido celebrando como espectáculo, confundiendo aquella, a mi entender, el acto de reivindicación de la matanza, que no se trata de sacrificar una