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Monasterio de Ribas (y II)

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“Como la iglesia es nuestra -y así consta en todos los documentos-, ustedes se van de aquí”, sigue recordando Julio, el día que los propietarios expulsaron a todos los que acudían a la ceremonia de una boda en el monasterio. El sacerdote le comunica al obispado lo sucedido y este lleva el asunto al juzgado. En el 92 lo registra el obispado. Mal porque ya estaba registrado, mal por el funcionario que lo acepta y mal porque se registra parcialmente: no incluye el claustro y la titularidad llega a metro y medio de la gotera. La sociedad propietaria apela para que se lo devuelvan o les indemnicen. Se lo desestiman. En Burgos, el clero aporta el documento de la boda celebrada allí y se les vuelve a considerar propietarios al ser lugar de culto. Los propietarios recurren a Estrasburgo, donde consideran que la propiedad es de la iglesia pero obligando a indemnizar a los propietarios por error de inscripción con 600.000€. Lo más curioso es que el obispado ha estado luchando de

Monasterio de Ribas (I)

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En una provincia como la nuestra, donde el arte circula por sus venas, uno se encuentra con casos sorprendentes, de abusos, de codicia, de abandono. Indiferencia que salpica a la iglesia, a las autoridades, a las Instituciones, a los vecinos. Me lo cuenta Julio, el alcalde de Ribas, un domingo de mediados de diciembre, ojos agradecidos ante el logro de poder dedicarle por fin las atenciones que merece a este monasterio premostratense de Santa Cruz de la Zarza, un lugar donde tanta historia se forjó en medio de la Tierra de Campos. Además de los fenómenos naturales que le sacuden y le oprimen: un incendio en 1715 y una inundación en 1735, momento en el que la mayoría de los monjes se trasladan a Valladolid, pende sobre el lugar el tira y afloja sobre sus verdaderos propietarios. Unos lo son, a juicio de los tribunales, por celebrarse en ella culto; y otros lo son por escritura pública al heredarlo de la familia que lo adquiere después de la Desamortización de Mendizábal. Aun

Olleros al principio

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Reconozco que ese viaje intenso que mantenemos en este diario desde hace ya cuatro años, se ve reforzado cuando vuelves a los lugares de los que hablaste, sin otro planteamiento que recordar lo que te contaron los custodios, que son entes cercanos que saben divulgar en sencillas palabras tanto valor atesorado. “Y miro al agua, su inmensidad, su olor a heno, su sabor a enebro y sal”, palabras del poeta que explican todo lo que se mueve en el entorno, todo lo que conlleva la vida en el lugar: el olor, el sabor, la inmensidad. El literato de los carteles que anunciaron las edades del hombre en Aguilar, sabe bien la importancia que aquello tuvo y la pregunta que hoy cuelga de los muros: “Piedras que se miran en las aguas, como si el tiempo se hubiera olvidado de esta tierra”. Mira que he venido ya diez veces, pero me cuesta llegar, me pierdo hacia Alar, al no encontrar en esta infernal autovía indicación que me señale el camino hacia Olleros de Pisuerga. Luego se me quita el enojo, cu

50 años de la Olmeda (y III)

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El día doce de octubre viajé a Saldaña para conocer la villa romana de La Olmeda. Otro olvido imperdonable. Me estoy llenando de Palencia y crece sin cesar mi admiración hacia los tesoros de mi tierra. Soy consciente de que es una carrera contra el tiempo. La vida se ha pasado en un descuido. Iré un día de estos a verlo, dices, pasas cien veces por allí, y pasan treinta años y, obsesionado como estás con tu montaña no encuentras un resquicio para emocionarte hasta el infinito y más allá, como me he emocionado al ver La Olmeda. Pedro de Palol, catedrático de arqueología, primero en Valladolid y más tarde en Barcelona, habló primero en La Sorbona y más tarde en el Louvre de París sobre La Olmeda, de la que estuvo al frente durante veinte años desde su descubrimiento. En el año 1980, Javier Cortés dona La Olmeda a la Diputación. Un acto de generosidad y de cordura que avala el desarrollo de un hallazgo tan importante, sin obviar el firme propósito de que todo lo que se encontrase se

50 años de La Olmeda (II)

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Uno siempre lo espera todo al llegar a un lugar como este, en Pedrosa de la Vega, a pocos kilómetros de Saldaña. Para la prestigiosa revista National Geographic, se trata de uno de los doce mayores descubrimientos de la arqueología moderna. En abril de 2009 se abre al público, y quienes participaron de aquella empresa, se sienten reconfortados con el premio Europa Nostra un año más tarde. Aquel día de primeros de julio de mil novecientos sesenta y ocho, varios hombres, entre los que se encontraba el verdadero impulsor, intentaban descubrir dónde tropezaba el arado. Al quitar la tierra dicen que apareció un muro de piedra y al seguir profundizando, apareció el mosaico de una de las galerías del palacio romano." Una villa con una superficie de 4400 m2, 35 habitaciones repartidas entre la vivienda principal y los baños y 1450 m2 de mosaicos que constituyen uno de los mayores atractivos. El descubrimiento se fue haciendo tan grande y, probablemente, tan costoso, que Javier, qu

50 años de la Olmeda (I)

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El pasado mes de agosto coincidí en la feria del libro de Guardo con Ramiro Tarilonte. Ramiro venía a hacer justicia, a recordar en el cincuenta aniversario de su descubrimiento a quienes encontraron en una finca de Pedrosa de la Vega lo que fuera quince siglos atrás una villa romana. Todo pasa y todo queda, razón profética la del poeta. Todo sucede en un momento. Todo tiene significado en el instante en que vivimos y todo se termina y se olvida por más grande que fuera la hazaña realizada, o la riqueza, o el esplendor, o la belleza. Todos pasamos. Todo pasa. Llegó el ocaso de aquel imperio; aquella mansión fue desapareciendo hasta quedar totalmente enterrada. Desapareció. Nadie lo recordaba. Como si nunca hubiera existido. Pongámonos un momento, con la imaginación, en la piel de Javier Cortés que, a la edad de 37 años, encuentra un tesoro bajo la tierra que roturaban. No se trata de un puñado de monedas, aunque también. En las vitrinas del Museo Monográfico de Saldaña lucen hoy la

La Concordia de Monzón

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Es conveniente que los buenos amigos te sorprendan un día con la concordia. Hay dos concordias en la vida. La una es la que todos conocen. Hace alusión a la armonía, al respeto, a la amistad que, en mi caso concreto, me ha llevado a conocer otras personas y, de su mano, otra Palencia. La otra Concordia es la de Monzón de Campos, donde, como reza en el anuncio y hemos podido comprobar, se cocina con productos de la zona, según las recetas de nuestros ancestros. Una empresa familiar que hace patria en un momento delicado, cuando lo de “Patria” es un término que se estira y se encoge a capricho de navegantes y cuando, por todos los pueblos que vamos pasando, se nos incrusta ese imparable bicho de la despoblación. Lo primero, antes de “La Concordia”, fue la mirada al pueblo desde su castillo, centro de poder en otro tiempo de uno de los condados más importantes en la historia de Palencia. Este edificio, que data del siglo X, se habilita como parador en 1972 y marca un hito históri

La novia de Campos

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Me encuentro en la villa de “la Giralda de Campos”, en la denominada “Ruta de las catedrales”, que no lo son, es evidente, pero que jurarías que lo fueran cuando las divisas desde la lejanía y, cuando llegas a su altura y te metes en esos enormes cuerpos de tres naves. Seguro que no soy el primer palentino sorprendido gratamente por la grandeza de su tierra. Historias que llegan a destiempo o que no llegan nunca si no te apresuras a buscarlas. A la vista de aquel porte que las señalaba en la distancia, se diseñaron dos rutas, una en torno al Camino de Santiago y otra alrededor de la capital, al sur de la provincia y, aunque me hacía especial ilusión conocer su castillo, donde se firmó curiosamente el cambio de capitalidad de Valladolid a Madrid, me impresionó la torre de su colegiata, conocida como “la novia de Campos”, también llamada “Bella” o “Giralda”, que de cualquier manera todo gira en torno al esplendor que derrama en su entorno. Soy un viajero sin escrúpulos, em