Me encuentro en la villa de “la Giralda de Campos”, en la denominada “Ruta de las catedrales”, que no lo son, es evidente, pero que jurarías que lo fueran cuando las divisas desde la lejanía y, cuando llegas a su altura y te metes en esos enormes cuerpos de tres naves. Seguro que no soy el primer palentino sorprendido gratamente por la grandeza de su tierra. Historias que llegan a destiempo o que no llegan nunca si no te apresuras a buscarlas.
Soy un viajero sin escrúpulos, emocionado por tantos caminos como se nos ofrecen, seguro de que todos nos llevan a un puerto nuevo, con una historia que no conocíamos, con gentes que lo vieron crecer. Y lo más importante y necesario: con gentes que lo viven y lo cuidan. Desde la montaña, enamorados de una concentración enorme de románico, a una concentración de gótico que sorprende en medio de estos enormes campos, reflejo de una profunda religiosidad y un momento de esplendor donde trabajaron grandes canteros, pintores y escultores de la talla y el nombre de Alejo de Vahía, una de las figuras más importantes que tuvo su taller aquí, en Tierra de Campos.
Los exteriores de esta novia transitan por la calle Corredera, una calle enteramente porticada, cuyas casas reposan sobre troncos de árbol o columnas de piedra.
El viajero sale buscando una historia, algo que le sorprenda, algo que le empuje después a compartirlo. No hay un premio mayor que posar los ojos sobre esta novia de Ampudia que nos deslumbra desde la lejanía. Palencia es toda, una bella desconocida.
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