El día doce de octubre viajé a Saldaña para conocer la villa romana de La Olmeda. Otro olvido imperdonable. Me estoy llenando de Palencia y crece sin cesar mi admiración hacia los tesoros de mi tierra. Soy consciente de que es una carrera contra el tiempo. La vida se ha pasado en un descuido. Iré un día de estos a verlo, dices, pasas cien veces por allí, y pasan treinta años y, obsesionado como estás con tu montaña no encuentras un resquicio para emocionarte hasta el infinito y más allá, como me he emocionado al ver La Olmeda.
Miguel Nozal, arqueólogo y alcalde de la villa durante doce años, que también tuvo su responsabilidad al frente de este importante descubrimiento, lo deja bien claro en el prólogo que le hace a Ramiro Tarilonte: "No basta con que el pasado se intuya bajo la lápida del tiempo y trate de desprenderse de su secular sudario. La magia del descubrimiento debe tener su contraparte humana, una persona con la inteligencia suficiente para apreciarlo, el indispensable empeño para descubrirlo y una loable generosidad para que la sociedad pueda acabar por disfrutarlo".
La historia llega de improviso a las manos de un hombre que la supo apreciar y dar vida. El mundo hará cábalas después. Muchos no entenderán la entrega y el desprendimiento de un tal Javier Cortés pero nadie podrá evitar que forme parte indisoluble de este legado incalculable.
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