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Raquel Rodríguez Alonso, el alma del Hotel Cildá

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“Esto iba a ser una casita”. Me cuenta Raquel Rodríguez Alonso, mientras degustamos un té en el salón del hotel Cildá, que ella fundó en 2013. Pese a que Olleros de Pisuerga no figura en los letreros de la autovía y se accede a este pueblo por Mave, pese a que las autoridades no han movido un dedo para señalizar la entrada al pueblo donde se localiza la “catedral de los eremitorios rupestres”, aquí está nuestra protagonista, firme en su empeño de llevar adelante aquel sueño que tuvo después de terminar empresariales en Valladolid. Pero es duro enfrentarse a las primeras pruebas: una inspectora que viene de Palencia, califica aquel hotel rural tan mono de pensión, en base a unas medidas que no cumple; la crítica de Fernando Gallardo en el diario “El País” no supera el 6,30. Las ausencias repetidas de Giovanni, el carpintero, que finalmente vuelve y termina el trabajo dejando una estela de buen gusto en este local lleno de encanto. Aquello que la saca de quicio, que

La última carta

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Ante la vida, como ante la muerte siempre hay un momento para desahogarse, si se da la ocasión o nos dejan hacerlo. Cartas como las que escribe el gallego José Mejuto desde la prisión, entre octubre de 1936 y julio de 1937, en las cárceles de Vigo, San Simón y Pontevedra. 34 cartas custodiadas en Argentina por su mujer y su nieta, y depositados los originales desde 2015 en la Real Academia Galega, fecha en la que son publicadas por la editorial Alvarellos. Pero hoy me detengo en la última carta de Balanzátegui, un condenado a muerte que Iñaki Sierra Charola, uno de sus descendientes, donó al Museo del Carlismo de Estella en 2010, al tratarse de una historia ocurrida al norte de nuestra provincia, en Valcobero, que en el censo de 1842 contaba con 30 hogares y 156 vecinos. Balanzátegui Altuna, que había nacido en Zarauz en 1816, partidario de Carlos María de Borbón y regidor de la ciudad de León durante dos mandatos (1857-1868) fue fusilado en Valcobero el 6 de agosto de 1869, en

Primeras imágenes de Pernía

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En el verano de 2010, en el cuarto número de la Colección de Historia Montaña Palentina, tiene la suerte de ver la luz el que consideramos el primer reportaje gráfico realizado en La Pernía. Las imágenes datan de la primera y segunda década del siglo XX, del periodo 1905-1918, y a través de ellas podemos recrear la dureza del invierno, las tradiciones, las vestimentas, los antiguos edificios… Con poco más de treinta años, César González comienza a recorrer su pueblo y las localidades vecinas acompañado de su aparato fotográfico y de la curiosidad del reportero. Frente a la costumbre de la época de realizar retratos sobre fondos decorados, César ofrece una visión personal, llena de curiosidad, interesado en retratar los episodios cotidianos que para cualquier otro hubieran pasado desapercibidos. Lo mismo fotografía la salida de misa que la matanza del cerdo o una copiosa nevada. Otras veces, cargado de su aparato fotográfico, se desplaza hasta la Cueva del Cobre o hasta las mismísim

La Casona de Tudanca

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Es primavera cuando me adentro en este valle de Polaciones para recordar los lugares a los que ocasionalmente venía siendo niño: Pejanda, La Laguna, pueblos en el curso del río Nansa, a 100 km de la capital, como los nuestros. En la misma diatriba, con las mismas carencias, con sus casas estupendas de piedra, con sus bosques repletos de hayas y robles, con sus lobos y venados, con la berrea de septiembre, con tantas cosas buenas pero acosados por ese mal de altura que es la despoblación. Me encuentro en el escenario de Peñas Arriba, de José María de Pereda (1833-1906), el máximo representante del realismo costumbrista. Casa grande, con capilla y campanario, construida a mediados del siglo XVIII por orden del indiano Pascual Fernández de Linares. Nacido en Tudanca en 1690, recibe la ejecutoria de hidalguía en 1731 y marcha a América donde ocupa el cargo de corregidor del Perú, gobernador del Callao y otros territorios del altiplano. Aunque no puedo mostrarles imágenes del interior, e

José Joaquín Pesado

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Revisando estos días el trabajo sobre el perniano que brilló en México, vuelvo a encontrarme con Isabel Pesado, casada con un hijo de Mier, en México, que viaja por Europa y recala en el valle de Redondo, con la intención de conocer la tierra de los ancestros de su marido. Isabel, la mujer que nació poeta -aseguran los cronistas-, y a quien ya le venía de casta el oficio de las palabras, era hija de José Joaquín Pesado, uno de los literatos más ilustres de México, personaje en cuya ficha hoy me detengo. José Joaquín había nacido en 1801 en Palmar de Bravo, estado mexicano de Puebla, era hijo de un emigrante gallego y llegó a ser ministro del Interior en 1838 y de Relaciones Exteriores en 1845. Fue redactor del periódico “La Oposición” y entre los numerosos nombramientos, fue miembro de la Academia de Letrán, formó parte de la Academia de la Lengua y fue miembro correspondiente de la Real Academia Española. Los grandes poetas que vivieron en aquel momento de la historia, ya le apod