Muchas de las palabras que maneja el filólogo Carlos Vielba y que comparto cada lunes en mi bitácora de “curiosón”, no aparecen en el diccionario de la RAE. Investigando un poco encuentro que “barreñón”, aumentativo de barreño, se utilizaba en algunos lugares como medida de capacidad para la pesca. Tirando del hilo llego a tierras asturianas donde, en el Vocabulario de Comercio Medieval ya aparece el término en algunas poblaciones como Luarca y Figueras. En 1525, en un libro de cocina, explican: “Y majarlo con un mortero, y después de majarlo, echarlo en un barreñón”.
En “el cerdo y sus chacinas”, libro que firma Augusto Jurado, el barreñón se utiliza para hacer carne picada y adobada de cerdo. Y encuentro voces de su uso en Burgos, Jiménez de Jamuz, Segovia, León y Cimanes de la Vega, donde se utiliza para líquidos; en el diccionario ramajero de la localidad salmantina de Cabeza de Framontanos; En Alcubilla de Nogales, que lo citan para tomar sopas de ajo; los barreñones en la localidad riojana de Llares que se utilizan para fregar; en Porquera de los Infantes, por nuestra Valdivia, para preparar el relleno de morcillas y chorizos. Y así en mil sitios más, cada uno con sus peculiaridades.
Muchas palabras nos resultan familiares a quienes nacimos y vivimos en estas zonas de montaña. En el trabajo de Vielba lo definen como un recipiente de gran tamaño y sirve para entenderlo el ejemplo que nuestro estudioso encuentra en Barruelo: “Se comieron un barreñón entero de jijas y se lamentaban después, porque estaban invitados a merendar un cordero asado en la fiesta de Matabuena".
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