Procuramos, aconsejados por expertos de todos los ámbitos, alejarnos lo más posible de aquellas noticias encadenadas que vienen cargadas de desolación. A quienes conocemos cada una de las casas de estos pueblos, recordando vagamente el rostro o el nombre de cada una de las personas que emigraron, se nos hace dolorosa la labor de actualizar los datos de las publicaciones, porque nada ni nadie ha logrado detener la caída despoblación de las últimas décadas en éstos y en tantos pueblos castellanos.
Y no hay parches para ese dolor.
Por más empeño que le pongan las
pocas gentes a quienes les preocupa de verdad lo que pase mañana, que tampoco
coincide necesariamente con los que se quedan, a veces sorprendidos de este
constante devaneo en los medios. Sobre todo, porque ellos viven con lo puesto
desde que el mundo es mundo, sin mencionar ni siquiera concebir ayudas de
nadie. "Cuando el mundo rural se
cierre, ya vendrá otro mundo"-vienen cavilando, sin valorar en toda su
extensión lo que ahora tienen, lo que les fue legado, lo que conservan de sus
antepasados, lo que les mueve a regresar de cuando en cuando a quienes están
fuera para celebrarlo junto a los que quedaron.
En esta especie de compás
premonitorio, acaso me reitere demasiado en lo más obvio: un mundo que se va
apagando sin remedio, añorado especialmente por quienes se criaron en él y un
futuro distinto en esas ciudades-cementerio, cada vez más incierto y lejano,
donde todo está masificado, personalizado, envuelto en esa crisis permanente de
la que cada vez nos costará más trabajo salir. Entre ese desencanto que nos
domina siempre queda un clavo ardiendo al que nos aferramos, aun sabiendo la
levedad del tiempo. Porque hay algo que no puede obviarse: que todo pasa rápido, muy rápido.
Imagen: @José Luis Estalayo
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