“¿Qué hace falta para ser feliz?” –se preguntaba el escritor francés André Maurois–. Y yo creo que mira hacia nosotros cuando se responde: “un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas, un vientecillo tibio, la paz de espíritu”. Lo del cielo está sobradamente hablado y entendido. El viento no es suave, pero curte el rostro, despabila el sentido, impone ritmo al paso. Estamos en lo alto y aquí tenemos la impresión de que se cura todo con el viento y el humo. Y el espíritu es la esencia del hombre, lo que no se ve pero se memorizan nuestros actos, nuestros pensamientos. Puede que sea la tarjeta de memoria de las personas.
A lo largo de la vida, que tampoco es tan larga, si a uno le ronda un poco la suerte y no le agobian los problemas, uno conoce a mucha gente. Pero, ¡cuánta gente maravillosa se queda en el camino!. Lo digo con todo el sentimiento, porque lamento no haber podido intimar más, conocer un poco mejor, cambiar impresiones con tantos grandes hombres y mujeres como pululan por el mundo. Y no hace falta ir muy lejos para encontrarte con ellos. Es más, hago este comentario refiriéndome a la gente cercana. Quizá si no fueran tan humildes, podrían haber triunfado cada uno en su disciplina, como en su día triunfó Mariano Haro o como ahora mismo triunfa nuestra Marta Domínguez. No es que Mariano o Marta sean engreídos, sino que han pisado con ciega fe los escenarios que dominan y cuando uno se propone las cosas, ya sea primero o sea más tarde, uno lo acaba consiguiendo. Y ellos son buena muestra.
Cuando los biógrafos provinciales rebusquen en la hemeroteca de este diario, que a medida que avanzan los años gana como el buen vino, encontrarán mi nombre y deducirán –si son justos con lo que ven– que algunos de mis sueños se han cumplido. Primero, firmar en estas páginas, que no es fácil. Nadie crea que con escribir un poco y pensar otro poco, le van a dar sin más la cobertura. Es difícil hacerse un hueco en cualquier medio.
Segundo, escribir aquello que uno quiere, que eso se hace normalmente cuando uno llega a la altura de Francisco Umbral o Mario Vargas Llosa. Según se miren las cosas, por diferentes razones, quienes firmamos aquí hemos llegado ya a su altura. Y lo hemos hecho sin salir de casa. Y finalmente, hablar de la montaña palentina sin abrumar a nadie, que uno puede estar más cerca o más lejos de la realidad, pero puede escribirla cada sábado.
¿Defensa de las causas perdidas? Relativamente. Yo diría que la causa de la montaña es una gran causa que necesita mucho tiempo para que sea asimilada y entendida por el resto de palentinos que también tienen sus causas importantes. Y esta es una historia que debe tratarse aquí y que para venderla a los demás debe entenderse primero en nuestra tierra, debe convencer primero a nuestra gente. En ella se han de implicar a tope las personas en las que confiamos, aquellos que se pusieron al frente de nuestros ayuntamientos y organismos.
Los ejemplos de Teruel o de Soria son un buen referente. La montaña palentina está dormida ante esta causa. Duermen las autoridades perdiendo en este acto los últimos trenes de su vida. Duermen las gentes más que nunca, que desconfían de lo que podamos hacer los demás desde una Asociación o desde un periódico. Pero el mensaje no es nuevo. “No hay nada nuevo bajo el sol”. Basta con seguir la estela de personajes como José Nestar que el 28 de Julio de 1928 escribía en estas mismas páginas:
“Aunque sea doloroso y molesto confesarlo, hay que decir, sinceramente, que la montaña palentina no prospera y como lo que no prospera muere, fatalmente llegará a ser un poblacho cualquiera si los montañeses no salimos del estado de marasmo, quietud y apatía actuales, decidiéndonos a laborar con perseverancia, cosa no difícil de lograr, porque para ello cuenta afortunadamente el pueblo con hombres inteligentes, energías sobradas y condiciones materiales de emplazamiento verdaderamente admirables...” Y ahí quería llegar yo en esta entrega de hoy. Yo aplaudo a José María Pérez “Peridis” por la defensa que hace desde la radio y la televisión de nuestra tierra. Aunque se quede en Aguilar su proyección y Redondo sea como un refugio temporal y aislado. Aunque no todo el mundo le quiera, ¿a quién le quiere todo el mundo?.
Luis Guzmán Rubio es más que un amigo, como un padre, aunque esté lejos y haya olvidado la costumbre de venir a Tremaya el día 15 de Agosto. Cada vez que abro una revista y veo cómo triunfa Claudio Prieto en un rincón del mundo, me embarga la emoción más profunda. Pero no es menor mi sentimiento hacia la gente que vive aquí, escondida, esa gente que me contó su guerra, que fue describiéndome paso a paso su oficio.
He abierto muchas veces esta caja. Seré un maniático de las causas perdidas. A veces, en la soledad también lo pienso. Estoy empeñado en una noble causa, la misma en la que estuvieron empeñados tantos otros con anterioridad. Pero es una causa enorme. Tal vez no seamos los llamados para abrirla, para quitar los lazos que la adornan, para romper la máscara que la protege a hierro y fuego. Pero alguien tendrá que escribir mañana que pusimos el alma en el asador para lograrlo.
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