Yo quisiera recuperar aquí una historia. La respuesta de un hombre que perdió el juego de la rodilla siendo joven y se le conocía por “el cojo”, para diferenciarle de otro Jesús que había en el pueblo. Siendo niño pensó vivir aquí, pese a las condiciones más adversas con las que, seguramente, sus familiares le advirtieron para que cediera en su anhelo y volviera a su casa. Porque Jesús vivía en Vega de Bur, el pueblo de La Ojeda donde había nacido, pero a él le gustaba
Polentinos, el pueblo de su padre. Le gustaba tanto que, siendo un rapazuelo todavía, ideó la manera de salir de Vega de Bur, tomando como referencia el cueto de Polentinos. Libró a pie, más o menos en línea recta, los kilómetros que le separaban de aquella montaña y sin aviso previo se presentó en casa de sus tíos. La misma casa donde tantas historias me transmitió después, cerca del barrio de
“la corralada”. Yo le conocía de antes (una vez que había hecho realidad el sueño de quedarse en la montaña), cuando bajaba con el burro a buscar mercancías a nuestra casa. La imagen se me quedó grabada y forma parte ya de ese cúmulo de impresiones que uno no sabe bien por qué razón se potencian a medida que pasan los años; se nos representan, nos motivan, nos hablan de aquellas vidas que nadie conoció, que nadie difundió, como si las vidas formaran parte de aquel agreste mundo y debieran seguir por tanto en el anonimato. Recuerdo que me sentaba en una piedra situada en la esquina del almacén (piedras que se colocaban en las esquinas de las casas con objeto de protegerlas de los carros) y me quedaba allí un buen rato, fija la vista en el camino que lleva a “La Tejera”, hasta que cojo y burro desaparecían monte arriba.
Extracto del artículo publicado en Diario Palentino, El viaje vertical
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