Digo que no, que muchas gracias

Evidentemente, las cosas van a pedir de boca. Desde que los responsables de este periódico me acogieron, han sido centenares de artículos los que han surcado el fax buscando el cuerpo del delito. Pero, ahora mismo, ya no hay páginas bastantes para tantos artículos como les envío, muchos quedan anticuados por la urgencia de dar entrada a otras noticias más calientes y yo me encuentro rodeado contestando las cartas y felicitaciones que a diario recibo.


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Me escriben personalidades importantes, influyentes, y ya la dirección de este diario ha estudiado en varias ocasiones la posibilidad de nombrarme director para que deje de una vez por todas de lamentarme tanto.

Los buenos lectores saben que no me jacto de nada.

Hablo con el Rey una vez al año, almuerzo varios dias con el presidente del Gobierno, meriendo en las laderas de Boecillo con Lucas los viernes por la tarde y no me doy un 'pijo' de importancia. Ellos quieren agasajarme para que no les meta en el ajo, me ofrecen premios suculentos que yo rechazo y otros, como Mañueco, me piden un cambio de tercio, que ya es hora de abrir una ventana a la esperanza.

Aunque no todo fueron flores, no todos entendieron el mensaje. No todos compartieron mi historia provinciana durante este año tan negrero que se nos marcha. Yo cuando hablo con la gente de alcumia ni siquiera les menciono de dónde soy, porque no saben pronunciarlo como a mi me gusta que se pronuncie. Por lo general, hablamos de cosas que pasan en el mundo y le ponemos solución a los problemas más terribles. A parte de todo esto y de que yo no tengo abuelas, yo interiormente sigo buscando huecos para aliviar este vacío que siento, esta desgana que me invade, este inconcluso sentimiento para el que no encuentro definición adecuada.

Hasta aquí un pequeño ensayo. Escribimos como hablamos porque, lo mismo que vivimos tenemos que seguir buscando, aunque sepamos perfectamente que no va a pasar nada, que nada va a cambiar, que la historia de verdad es la que escriben esos cuatro personajes de corbarta y bastón con los que me alimento.

Cuando llega el comienzo del año nuevo nos hacemos las reflexiones de costumbre y a mi, hoy, me asusta la soledad en la que se están quedando tantísimos pueblos castellanos. Más que el problema de la lengua en Cataluña, más que la idea de independencia de los vascos.

Donde no hay gente se adormece la historia y se pierden las quejas y nunca se convertirán en realidad los sueños. Donde hay poca gente los gobernantes se olvidan de todo lo que escribieron y firmaron. Utilizan el entorno, lo alaban, aconsejan un paseo por él, pero nada de lo que hace inspira confianza. Me lo confirma el arreglo tan apresurado de la carretera Burgos-Potes, la capa tan fina con la que pretenden aliviamos o silenciamos.

No, señor director, no quiero la cartera que me parece que usted está desempeñando bien. Tal y como está la situación me conformo con que me guarden este rincón los fines de semana para seguir quejándome, que seguramente es ya una manía vieja que sabrán comprender y perdonar mis amables lectores.

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