Complicada la madeja que traigo. Ingresar en una residencia y perder la vida. Esa es la sensación que a uno le queda después de leer el reportaje de Sara que nos cuenta la huida de Eugenia, una mujer de 72 años que ingresó en una residencia de Madrid y se escapó a la primera oportunidad: “Prefiero vivir en la calle”.
Pero los meses de práctica me sirvieron para encontrar también la justificación a esas palabras de Esperanza. Cuando entras en una residencia, aunque encuentres comprensión y cariño de trabajadores y compañeros, tú ya vas predestinado a una tabla, entras a formar parte de un baremo, que te obliga a guardar algunas reglas cuando entras, reglas que te van cercando y te limitan a medida que pasan los días, hasta prohibirte y desmotivarte por completo con los años.
“Cuando yo llegué pregunté si se podía llegar tarde ¿Es que yo no puedo ir a tomarme algo?" Cuenta Esperanza que se les pusieron los ojos como platos "¿A mis años yo ya no tengo derecho a nada?" Hasta que logró hablar con una trabajadora social del Ayuntamiento de Aranjuez, y le dijo algo que no olvidaría nunca 'Tú ya estás en una residencia y, olvídate de todo'. No vives, no te dejan vivir. Eres un número, menos que un número”.
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