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La Residencia

Complicada la madeja que traigo. Ingresar en una residencia y perder la vida. Esa es la sensación que a uno le queda después de leer el reportaje de Sara que nos cuenta la huida de Eugenia, una mujer de 72 años que ingresó en una residencia de Madrid y se escapó a la primera oportunidad: “Prefiero vivir en la calle”.




En 2007, en un momento crítico en mi vida, hice el curso de Auxiliar de Geriatría. Cada mañana, durante tres meses, viajaba en autobús hacia Durango. En aquel centro, Onintza nos condujo por el aparente cambio de vida que supone el ingreso en una Residencia. Nosotros nos preparábamos para ayudar en su tratamiento, cuidando las posturas que adoptamos para moverlos y la buena disposición para hacerles la vida más fácil a quienes ingresaban. Yo tenía fuera el ejemplo de dos personas a las que quería: mi padre, que ingresó en el asilo de Aguilar y que durante algunos años tuvo la suerte de pasear varias horas al día por la villa, hablando con la gente que conocía, visitando el mercado, tomándose un vinito en algún bar de la plaza y Xavier Gereño, escritor vasco y amigo con el que compartí muchos ratos, primero en Bilbao y los últimos años en Loiu, una residencia cercana al aeropuerto, donde él tenía una responsabilidad añadida: las películas que se programaban, el canto y la lectura. Mientras estuvo bien, aquella actividad le daba alas.

Pero los meses de práctica me sirvieron para encontrar también la justificación a esas palabras de Esperanza. Cuando entras en una residencia, aunque encuentres comprensión y cariño de trabajadores y compañeros, tú ya vas predestinado a una tabla, entras a formar parte de un baremo, que te obliga a guardar algunas reglas cuando entras, reglas que te van cercando y te limitan a medida que pasan los días, hasta prohibirte y desmotivarte por completo con los años.

“Cuando yo llegué pregunté si se podía llegar tarde ¿Es que yo no puedo ir a tomarme algo?" Cuenta Esperanza que se les pusieron los ojos como platos "¿A mis años yo ya no tengo derecho a nada?" Hasta que logró hablar con una trabajadora social del Ayuntamiento de Aranjuez, y le dijo algo que no olvidaría nunca 'Tú ya estás en una residencia y, olvídate de todo'. No vives, no te dejan vivir. Eres un número, menos que un número”.
 

LA MADEJA

Cada viernes en la tercera de Diario Palentino

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