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Cuando hablan las campanas | Origenes | Montaña Palentina Cuando hablan las campanas

Cuando hablan las campanas



Las campanas doblando por ti están,
y están cavando la fosa
en que te han de echar.


Zorrilla




La campana es el elemento motor de un pueblo. Prehistórico instrumento musical que guarda un canto para cada ocasión, que pide un ritmo para cada momento; que aún hoy, en los hogares, en las cantinas, en el campo, hace que los rostros se vuelvan, se interroguen, dejen por un momento lo que tienen entre manos y busquen el motivo por el que la campana está sonando. Si es un sonido triste –porque la campana interpreta a la perfección lo que siente el campanero–, si su ritmo es lento y sobrecogedor, anunciará la muerte de un vecino. Si las campanas voltean como en los días de fiesta, a una hora desacostumbrada, nos están anunciando una catástrofe, un fuego de monte o de hacienda que nos cerca. No quisiéramos preguntarnos en ese instante qué es lo que está pasando, qué es lo que arde, dónde está el humo o el misterio… Oímos campanas, nos revientan los tímpanos, y como dice el dicho, no sabemos dónde suenan ni quién las mueve con tal ímpetu.

Las campanas, como el fuego que la chimenea inventa, nos reúnen, nos llevan a la misa o al Concejo, nos llaman a la boda o al bautizo, nos acompañan , cuando juntos vamos a decirle adiós al familiar o al vecino. Las campanas nos llevan hacia el humo. Cuando arde una casa todos llegan movidos por su agitado son. No quiero ser morboso. La historia ya pasó a las efemérides de un pueblo montañés. Un día, entre semana, las campanas tardaron mucho tiempo en sonar. Ardió un pajar entero, con la hierba del invierno, con la faena del verano terminada; ardió por un juego de chiquillos y no se pudo salvar nada. Sólo lo puesto, y los jamones que alguien arrojó por las ventanas cuando ya las maderas comenzaban a crujir de forma rara, mientras un anciano se aferraba al legado paterno, trataba de huir de aquellas manos que le sujetaban, porque quería y lo intentaba por todos los medios, hacerse humo con ella. “Que le dejaran perderse entre las llamas. Que vinieran a buscarle más tarde, cuando el sacrificio estuviera consumado y hubiera pasado a formar parte de la historia”. Las campanas aquel día sonaron tarde. Vinieron hombres y mujeres por todos los caminos. No traían nada en las manos. Sólo exclamaciones de dolor y regueros de pólvora. La publicidad de la que en otras ocasiones hemos hablado, la explicación resumida por aquellos que habían llegado antes al lugar y que a su modo iban contando semejante tragedia. Mientras, en el corral, junto a la entrada principal de la vivienda, los marranos renegando y la Guardia Civil impidiendo el paso a los mozos que trataban de arriesgarse sin éxito. Las llamas comenzaron a entrar en la cocina precedidas por un humo cada vez más intenso. ¡Qué podemos hacer! Las campanas no tenían la culpa de nada. Fue una sobrecogedora experiencia que algún día, si las campanas no os llaman a despedirme antes, contaré con todo lujo de detalles.

Las campanas se afinan aligerando más o menos de metal puntos determinados de la misma. Mi padre, y perdone el lector las citas familiares, sacristán perpetuo de la de Cantamuga, colegiata de mérito y renombre, se pone en pie y me explica con detalle el movimiento, la fuerza que hay que dar y la vocación o devoción que también parece necesario exhibir, para que los armónicos habituales de la misma (octava, primera, quinta, tercera menor y octaba baja) adquieran sentido y lleguen con nitidez al pueblo que nos mira.

En la Edad Media pudo considerarse la campana como instrumento militar, ya que como señalan las gordas enciclopedias —a son de campanario— se reunía la mesnada para marchar a la guerra. La campana, hizo las veces de corneta de órdenes del Señor feudal, papel que trascendió al renacimiento, existiendo un privilegio por el que el maestre se apropiaba de ellas. El pueblo las rescataba a gran precio, por lo que se dio en considerar como una contribución de guerra. Esta costumbre volvió a ponerla en vigor Napoleón, de ahí que los franceses exigieran rigurosamente las campanas en España durante la Guerra de la Independencia. Una de las obras más famosas de nuestro Casado del Alisal fue “La Leyenda del rey monje”, conocida como “La campana de Huesca”.Y así podríamos seguir relatando procesos y significados que este instrumento ha venido aportando a nuestro libro de folklore a través de los años. Las campanas pueden alertarnos cuando los pillos roban las imágenes, cuando las imágenes que se conservan en los templos tienen tanto valor como las de Cervera de Pisuerga o Paredes de Nava. Las campanas, en fin, mueven la historia de estos recónditos parajes. Nos campaneamos al ritmo que ellas nos imponen y, aunque el campanario obedezca en principio, más a la defensa del templo que al sustento de las campanas, la primera mirada del visitante se dirige hacia ese hueco magnético, buscándolas. ¿Se imaginan un campanario sin campanas?.

Los ejes rechinan, pero las campanas, totalmente de hierro o, con su medio cuerpo de madera, alivian, no sé porqué razón, la parada del extraño visitante y reconfortan el paso o la obligación de los vecinos. El pueblo está a salvo. Las campanas luciendo en lo más alto se preparan para anunciarnos el futuro, lo que ocurre en este mismo instante. ¿Puede oírlas?¿Amable lector, qué le sugieren?.

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