Para viajar entre los territorios o para salir o entrar en ellos era necesario un permiso de embarque, fácil de conseguir en un principio y complicándose a medida que iban llegando noticias de incalculables tesoros. La historia está bien estructurada y en los diferentes apartados el autor hace un recorrido explicando con detalle cada paso: registro de pasajeros y origen de los mismos, el momento del embarque, datos de la travesía, el comercio...
Por un lado hacía falta gente para repoblar las nuevas tierras, pero ello suponía una sangría para la no muy numerosa población española. Los preparativos del viaje se prolongaban durante varios meses y exigían unos emolumentos que muy pocos podían afrontar. De ahí el predominio entre los pasajeros de los hijosdalgo. Otra forma de embarcarse era pasar como criado o paje de algún dignatario al que servían durante el viaje y por algún tiempo variable una vez en Indias. La tripulación de los barcos estaba compuesta por 30 hombres para los barcos de 100 a 130 toneladas, 48 para los que oscilaban entre 170 y 220 y 61 para los barcos de 220 a 320 tl. En el Archivo General de Indias se conservan unas listas, donde se reflejan las raciones diarias y los precios de los productos. Entre las provisiones se menciona la galleta, vino, cerdo y pescado salado; vaca acecinada, habas y arroz. También llevaban queso, aceite, vinagre, ajos y agua en toneles. En una parte del barco se encontraban los llamados corrales, donde se llevaban vacas, cerdos, corderos y gallinas que eran embarcados en Sevilla o Sanlúcar. A este transporte, según la información obtenida, se debe la rápida introducción en Indias de animales domésticos que no existían antes del Descubrimiento. Según el historiador e hispanista francés, Pierre Chaunu, desde 1536 a 1620, en México los rebaños bovinos pasaron de 15000 cabezas a un millón y los caprinos, de medio millón a ocho millones.
El matalotaje incluía además de los víveres, los cacharos necesarios para guardar y cocinar los alimentos y las mantas y ropas de dormir. Chaunu calcula un peso de 800 a 900 kg por cada pasajero, donde se llevaba lo necesario para una travesía de 2 ó 3 meses. Fray Antonio de Guevara, el confesor del Emperador previene a los viajeros de los agentes de aduanas “que le registrarán y abusarán de él”.
"Es saludable consejo que antes que se embarque haga alguna ropa de vestir que sea recia y aforrada, más provechosa que vistosa, con que sin lástima se pueda asentar en crujía, echar en las ballesteras, arrimarse en popa, salir a tierra, defenderse del calor, ampararse del agua y aun para tener para la noche por cama; porque las vestiduras en galera más han de ser para abrigar que no para honrar. Es saludable consejo que el curioso o delicado pasajero se provea de algún colchoncillo terciado, de una sábana doblada, de una manta pequeña y no más de una almohada; que pensar nadie de llevar a la galera cama grande y entera sería dar a unos que mofar y a otros que reír, porque de día no hay a donde la guardar y mucho menos de noche donde la tender."
El hacinamiento, la estrechez en que se desarrollaba la vida diaria y las malas condiciones higiénicas que imperaban a bordo, hacían insufrible el viaje, pero podía más la llamada de lo desconocido y acaso el hallazgo de una vida mejor. En las próximas entregas me detengo en los pasajeros naturales de Liébana y Pernía.
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