Ahora que estoy aquí, y que me siento bien por estar con ustedes. Ahora que aquí me siento vivo, aprovecho para felicitar el nuevo siglo a este diario. Aprovecho la ocasión para felicitar a quienes confiaron en él, a quienes le botaron, a quienes le dirigieron, a quienes día tras día le dieron vida en el taller. Aprovecho el momento para congratularme con este vehículo que nos acerca, que nos comunica, que se llena de color y de nuevas historias pensando en Palencia y su provincia; ahora y aquí, para que no se rompa esa trayectoria de fidelidad y de compromiso hacia esta tierra.
Yo nací con él. Y nací con Antonio Álamo Salazar. Y crecí con la “Solana palentina” de Gonzalo Ortega Aragón, que mi padre leyó y resumió de tarde en tarde a toda la familia. “Cómo escribe este tío” –me dice hoy, cuando nos vemos.
Yo nací con Félix Buisán Cítores, maestro y periodista, a quien conocí personalmente en Cervera de Pisuerga, formando parte como jurado del Festival de Canciones y Bailes de la Montaña Palentina. Sólo una jornada de convivencia sirvió para llenarme de Claudio Prieto, Felipe Calvo y mi anfitrión, Luis Guzmán Rubio, lector atento y apasionado de este “Diario palentino”.
Recuerdo la primera colaboración que me publicaron. Fue el jueves, 22 de enero de 1981. En ella hablaba de los contratiempos del invierno, y de cómo Mariano García, molinero durante muchos años en Triollo, entonces minero de “la Eugenia”, pidió ayuda a los jóvenes de San Salvador para llegar hasta la mina y dar de comer a las mulas que estaban a su cargo.
Entonces me motivaron nueve días de incomunicación: los postes de la luz habían caído, no había señal de teléfono, no había máquinas quitanieves y los neveros eran impresionantes. Seguramente, muchos de ustedes no me crean si les repito lo que entonces se publicaba aquí. Luis María Cajigal, el hijo del herrero, hermano de Ricardo (que compartió conmigo estudios en Portillo y Pozuelo de Alarcón) apareció llevando en la mano una lechera por encima del tejado de su tío Conrado.
La segunda noticia se tituló “Rumores Cántabros” y en ella hablaba del descontento de muchas personas que ante la apatía de los gobernantes palentinos se atrevían a sugerir el cambio de provincia, buscando en Cantabria una puerta de comunicación, una palabra de esperanza.
A aquellos primeros y tímidos artículos les siguieron otros, y como quien se aferra a una tabla de salvación yo me aferré a estas páginas y escribí lo que quería escribir, lo que me mandaba la conciencia, lo que sentía, lo que entendía que sentían las gentes de la montaña.
Ahora que la renovación plena de este diario está dispuesta.
Ahora que en nuestra mano sigue la difícil tarea de colocar palabras que lleguen a todos y que todos entiendan.
Ahora que el futuro nos tiende una mano para abrirnos la puerta.
Hoy, después de tantos años de macerar palabras, cuando se vislumbra una respuesta de quienes llevan el timón de Palencia, he de confesar la satisfacción que me invade por todo. Principalmente, por la imagen de la nueva montaña y por la renovación de este vehículo que seguirá defendiendo –lo presumo–, todo aquello que nazca y que florezca en esta singular provincia.
Yo nací con Mariano Valero, el mejor director que he tenido.
Yo nací con ustedes, en este fin de mes, en este fin de año, en este fin de siglo...
© Froilán de Lózar para Diario Palentino
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