Rueda Clemente



Estoy en contra de la destitución de Clemente, pero no entiendo de futbol. Aunque escribo estas letras porque le han botado personas que tampoco entienden. Supuestamente, le han botado los comunicadores, quienes trabajan en los medios. Gentes que hablan y escriben mucho, que narran acontecimientos deportivos, pero que, en general, nunca han ocupado el puesto de entrenadores. Luego tampoco entienden ni valoran en su justa medida la marcha de alguien, la escapada exigida –según el tono de los narradores– casi a punta de pistola por un grupo de seguidores ansiosos de victoria.



No sé en otros lugares, pero aquí tenemos asumido que el contrario es siempre peor. Que si gana el contrario somos malos; es decir, la victoria o el desmantelamiento. No queda alternativa.

Es curioso: creemos resuelto el asunto botando a un individuo que no juega.

Criticamos a Gil en su momento por el ininterrumpido baile de entrenadores, y ahora nos colocamos a su altura para empeñarnos en ganar, aunque se demuestre que el contrario es mejor que nosotros porque está mejor preparado; porque, aunque le acompañe la suerte –que todo ayuda–, suben tantos al marcador que es lo que vale.

Clemente, es verdad, tiene aire de engreído, de auto suficiente. Se va, pero arremete a quienes le dan el varapalo y dice haber aprendido que su lista de amigos ha mermado. Le vienen como anillo al dedo los versos del poeta José Hernández:

“Su esperanza no la cifren
nunca en corazón alguno;
en el mayor infortunio
pongan su confianza en Dios;
de los hombres sólo en uno
con gran precaución en dos.”

Y extraña mucho que después de haber bajado la ría en gabarra para celebrar el triunfo del Atlétic, y después de ostentar durante seis años el cargo de seleccionador nacional, Clemente ignore el canto del poeta.

Es entonces cuando el ciudadano de a pie, aunque no entienda de la materia, como es mi caso, percibe las señales. Y sabe que por encima de cualquiera siempre hay alguien: el poder, la justicia, la injusticia... Algo se mueve siempre que nos mantiene a la expectativa, que incluso a quienes viven encumbrados por la sociedad, con motivo de sus logros o los lazos que los atan a ella, les obliga a moverse.

Y a veces la impresión es tan fuerte que sólo el punto final nos gratifica. “Que se vaya” –gritan unos. Y al fin se va. Y vienen otros. Y los que vienen seguirán haciendo círculos y rezos para que les sonría la fortuna y la suerte. Los que llegan deben saber que al lado del camino miles de ojos les están acechando para que se cumpla con la historia, conforme entienden la historia quienes ahora les reciben. Escribo esto porque ahora, después del cese de Clemente, puede parecernos que el mundo va mejor, sin asumir que el mundo es una rueda y que por esas cosas del destino, rodamos y rodamos hasta que nos deshechan o nos vamos...

Imagen: Javier Clemente, en un partido entre Irán y Siria a principios de febrero. Foto: AP / HASAN SARBAKHSIAN
© Froilán de Lózar para Diario Palentino

POST DESTACADO

El corazón con que vivo