ORÍGENES

13 julio 1989

la montaña palentina y el duelo
julio 13, 19890 Comments

Sabemos que existen dificultades a nuestro alrededor, nosotros mismos las tenemos, y no han de ser necesariamente materiales: las hay culturales, de adaptación, sanitarias... Creíamos que disponer de medios era la razón fundamental para perder el miedo a todo lo demás, y nos hemos equiparado en base a las mejores tierras, a los mejores inversores, sin importar esos anuncios que tanto hablan de crisis. Y bien, hemos conseguido anular en buena medida las angustias. Cada uno que tire de las suyas. Esa es la mayor barrera, que no tiemble ante las angustias de los demás.





ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DEL LIBRO
VER DOS VECES LAS COSAS
FROILÁN DE LÓZAR, SEPTIEMBRE DE 2020


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30 diciembre 1987

Hemeroteca 25 años
diciembre 30, 19870 Comments
Hemeroteca: Índice


1987-1989
Caso del Oso Pardo
Caso Pantano de Vidrieros
Evitar la despoblación del Norte de Palencia

1990
Obituario: Mueren tres mineros en Guardo
Publicaciones: "Marrodán, cancionero de Palencia"
Obituario: Muere el poeta Juan Sánchez Tejerina

1991-1993
Muere el periodista Félix Buisán Cítores
Barruelo, gran manifestación contra los desmontes
Caso Pantano de Vidrieros

1994-1995
Caso Biomasa: El triunfo de la Central de Salinas
Hallan dos cráneos en el Pantano de Requejada
Se agrupan 15 Ayuntamientos del Norte

1996-1997
Desaparecen dos montañeros en el Curavacas
Aparece en Castrejón restos de la época romana

2002
Caso Fontaneda


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25 agosto 1987

Palentinos y Cántabros
agosto 25, 19870 Comments

Más que comparanzas, que siempre nos conducen a enfrentamientos inútiles, he tratado de localizar vínculos, lazos y paisajes que nos unan. Yo he sido por obligación y por devoción un viajero de mi tierra. He buscado sensaciones diferentes por las tierras hermanas de España, y como bien señalo en un capítulo inédito que aparecerá en el que será mi primer libro (1), he bebido de todas.





Cantabria ha sido la primera. La hermana carnal, la prima hermana. Fuéramos o no antepasados suyos, tengamos o no sus mismos rasgos, conservamos algunas de sus costumbres; nos expresamos en muchas ocasiones con sus mismas palabras; rompemos las sombras del invierno con idénticos pasos y temores, en pueblos que, sin dejar de ser hermosos, llevan como nosotros esa misma carga año tras año.

Hoy mismo he roto los zapatos “Deva” arriba. Por Espinama a Fuente Dé, dejando atrás, cerca de Potes, la Cruz que hace mil años trajo el Santo Toribio a este valle de Liébana.

Sabemos que las gargantas del “Cares” son profundas; que Peñalabra, de cerca, es una balsa; yo sé, porque lo he visto, que “El Curavacas”, allá por donde luce Sierra de Alba, es un espejo, y que otro tanto o más tiene de bello Ribadesella, Gijón, Llanes, Cangas de Onís…, pero Cantabria es diferente. Nos identificamos plenamente con ella por la montaña, por el agua, por los desfiladeros.

También por los cantares.

Nacen en la Cueva Cobre,
entre peñas escarpadas
de la Sierra de Redondo,
y pasan junto a Tremaya.


Gabriel González, "el dios de la Pernía".

Aquí se refleja el agua, las piedras, los pueblos. Y más adelante, ya al final de la poesía, el fruto:

Llegando a Valladolid,
la capital de pintores,
mucho tomate y pimiento
y qué ricos los melones.


Gabriel González, "el dios de la Pernía".

En la región hermana, se cantaba:

Si las Peñas de Lebeña
fueran de queso picón,
las habrían derribado
Peña Labra y La Masón.


Si a tal de proyectarnos por Valdeprado abajo, nos dirigimos a San Vicente de la Barquera, por Salcedo, dejando en ese medio la Sierra de Peña Sagra, llegará a deslumbramos la montaña, nos sentiremos cántabros de nacimiento —ya dicen que lo fuimos cuando Fernán González—, y se repetirán idénticos afanes, miedos idénticos a la soledad, a la carencia de medios y al invierno.

Polaciones buena tierra,
pero nieva de contínuo,
el que no mata “lechón”
pasa el invierno jodido.


“El hombre —escribió Victor de la Serna— ha saturado con cemento la primera herida que El Ebro le hace a la tierra española antes de poseerla. (Las otras son las de Valderredible y Orbaneja, que simula castillos y arcos en una roca rosada).“ Contornos simétricos, idénticos, cada uno con sus propias costumbres. Danzas ancestrales de allá que los de acá valoran, y viceversa, porque en los dos lados laten culturas similares. Si allá el lechazo es plato obligado por San Blas, aquí lo es por Pascua. Dietas y procesiones nos vuelven a encontrar en el camino, llueva o nieve, haga frío o calor; aquí el patrón, allí los santuarios, donde cuentan los escritores costumbristas hermanos que llegan lebaniegos del fin del mundo a llevar un ratuco las andas… Allí vamos a la mar, como patos al agua;. Aquí suben a la Venta para repostar su bodega de vino de la Mancha. Añoranzas, cucañas, canciones y ferias de ganado. Potes arde en septiembre. Todo sabe a queso picón en la villa del Deva y el Quiviesa, y allí ponen su mercadillo los artesanos nuestros. Devoción y jarana, folklore marinero y en septiembre, cuando en nuestra capital luce San Antolín, a unos kilómetros de “La Pernía” vuelve la feria a “La Laguna” o el baile romero de Pejanda. A lo alto y a lo bajo, Cantabria hermana nos une de camino, nos introduce lenta y suavemente en sus paisajes y la fiesta se hace en cualquier prado, en cualquier pueblo. Y a veces, muchas, la diversión no está en las flores, ni en las carrozas, ni en los grandiosos espectáculos. A veces, algunas, la fiesta se hace en la bolera, entre pinchos de queso y de cecina, jugándose en dura lid el completo, rememorando aquellas enramadas o las marzas; paisanos de coraje que se fueron con el último invierno. Antaño, cuando los israelitas estaban a punto de iniciar un viaje, depositaban un clavo de hierro entre las grietas del muro occidental de las lamentaciones en señal de apego a su patria. De igual modo, cuando el montañés se aleja en busca de futuro hacia otras tierras, deja la herencia, deja las costumbres, deja los usos, como si fueran una parte importante de su vida. Cuando vuelve de vacaciones asiste al deterioro de esa imagen. Y sabemos que no es culpa de nadie. Es cuestión de comprensión. Cambia el mundo y así debemos aceptarlo. De nada sirve avivar unas imágenes del pasado que nadie asimilará de igual manera. El folklore sigue con la vida, hacia otros escenarios, en busca de otras pautas, a ambos lados de los montes que nos separan y nos unen. Todavía queda vida y belleza a borbotones. A intervalos, en algún lugar se encuentran dos culturas, y al fuego de la amistad que retuvieron, van interpretando con cierto orgullo los recuerdos que emanan de ellos.

El futuro está ahí mismo.

____________

(1) “Viaje a través de la Montaña”, de la colección “Últimas crónicas del norte”, publicado en 1989.
Imagen: José Luis Estalayo. 

@Artículo publicado en la década de los 80 en "Diario Palentino".

EL FOLKLORE | ENSAYO
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Las costumbres
agosto 25, 19870 Comments

Hacer buenas o malas las costumbres implica el rejuvenecimiento o la vejez de un pueblo. Los chinos suelen decir que, “en cada tierra su uso y en cada casa su costumbre”. Y en esta tierra tiramos de ambas con una devoción casi en desuso. Somos costumbristas por tradición, dejando entrever, como el poeta, lo cotidiano. Porque la vida está hecha de pequeñas sonrisas, de pequeños conciertos, en contra de esa función desorbitada que de nosotros pretenden algunos personajes.





El último alcalde de Polentinos, por ejemplo, fue elegido en Concejo, por un miembro de su casa. Aquí siempre votan los vecinos y no los habitantes. Se busca a un hombre, no importa la ideología ni el rostro que tenga. Se necesita la costumbre y con esa misma urgencia se implanta. Su imposición parece razonable y justa, pues busca y favorece la realización del bien social. Hubo costumbres que devoraron leyes y no están lejos las Ordenanzas, a alguno de suyos capítulos hago referencia en otros libros y artículos.

En cada círculo, en cada localidad se generan una serie de creencias, pautas y comportamientos que, posteriormente, se van enriqueciendo al entrar en contacto con otros pueblos. El hecho curioso de los cantores puede darnos una idea aproximada. Los Reyes que se cantaban o se cantan en San Salvador de Cantamuga, son distintos de los que se cantaban o se cantan en Polentinos. Difieren en pequeñas frases y en la música. Hay estrofas idénticas (¿plagiadas, quizá?) y hay estrofas totalmente distintas, lo que en pocos kilómetros de distancia que separan a estos dos núcleos, no deja de causarnos sorpresa. Luego, cada pueblo vive de manera diferente la Navidad o la Pascua y en sus fiestas patronales hay algo que los une y que a su vez los diferencia: un rito, acaso un simple simbolismo… En ese apartado influyen mucho los jóvenes y los Organismos. Hay una condición de miedo y de desgana en este aspecto y, aunque no debemos ser pesimistas, conviene reincidir en ello. No se ha perdido la ilusión –como hemos podido dejar entrever en ciertos momentos–, porque sin ilusión no hay quien viva. Hay ideas, muchas ideas en esa juventud que viene, sólo necesitamos atraparlas, ponerlas boca arriba, buscar a través de ellas la participación del pueblo. No hay demasiado joven ni demasiado viejo, incapaz de aportar su granito. Entre todos la fiesta se hace más grande y las costumbres se hacen leyes.

No debemos perder las buenas costumbres, instancias reguladoras de toda la conducta rural, al igual que en las sociedades primitivas. No obstante, hay que imprimirlas el cambio que requieren, la nueva interpretación que la evolución del mundo exige. Y saber que ni todas son exactas, ni todas son aborrecibles. El tiempo se encarga de recuperar lo que fue “hit” o hizo furor en el pasado, adaptándolo a lo que ahora parece desearse.

Cómo iba a imaginar mi abuela Lorenza Simal que algunos de los romances que ella me tarareaba siendo niño, girarían hoy sobre un trozo de plástico. Pues giran y hoy se compone menos que nunca. Todo parece remozado, apenas se utiliza un mínimo de la imaginación y suben a los primeros puestos de las listas de éxito canciones que se arrugaron a fuerza de sonar y sonar unos años atrás.

¿Se ha perdido todo? –nos preguntamos, como se preguntan los viejos del lugar—, o es que no hay nada nuevo bajo el sol? No hay nada nuevo, es cierto. Todo lo que surge formaba parte ya de nuestra historia. Debemos sacarlo de las tinieblas donde se encuentra y hacer que suene, ponerlo un nombre, darlo color y sentimiento.

Hubo costumbres, las hay, y más allá de nuestra efímera existencia seguirán reproduciéndose, porque el mundo es como su creador, inteligente, y sabrá reproducirlas cuando llegue el momento. Alfonso X, de Castilla y León, define las costumbres como “Derecho o fuero que non es escripto, el cual han usado los omes luengo tiempo, ayudándose de él en las cosas o en las razones sobre que lo usaron. E son tres maneras de costumbres. La primera es aquella que es sobre alguna cosa señaladamente, así como en lugar o en persona cierta, la segunda en persona como en lugares, la tercera sobre otros fechos señalados que facen los omes de que se hallen bien en que están firmes”. [1]

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[1] Ley 4ª. Título 11. Parte 7ª.
En lo que se refiere a las costumbres, usos o hábitos que se siguen observando en nuestra sociedad, hay dos razones que la hacen poderosa y válida: la constancia y la generalidad. Cuando un acto ha surgido espontáneamente, ha gustado y se ha repetido en una fecha y un lugar concreto (modificándose o no ciertos aspectos del mismo), y cuando ha imperado el interés general de la sociedad en que tuvieron su orígen ( y no la necesidad o conveniencia de alguno o algunos individuos que viven en ella), estamos ante la fuerza de la ley, costumbres que pueden llegar a suplir una ley deficiente, según el marco donde nazcan.

Preguntada la Sagrada Congregación de Ritos, si cualquier costumbre derogaba sus decretos, contestó:
“Que ninguna costumbre en contrario, por interesada que fuese, podía derogar la Ley Prescrita por los Derechos de la Sagrada Congregación, con la advertencia de que una vez quitada la costumbre, no podía nunca volver a introducirse.”?

@Para la sección del autor "Folklore", en "Diario Palentino"
Imagen: José Luis Estalayo


EL FOLKLORE | ENSAYO
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20 agosto 1987

Las raices
agosto 20, 19870 Comments

Nuestras vidas son los ríos… hermosos versos de nuestro gran poeta que nos sitúan –nunca mejor dicho– en el marco idóneo para arrancarnos. Pues no hay mensajes nuevos. Se pueden aportar frases distintas para expresar idénticos sonidos, las mismas leyendas, ritos, bailes, tradiciones y un largo etcétera de momentos que hablan de nuestra vida. Lo que sí es cierto es que, el folklore, hoy, comprende infinidad de movimientos y expresiones. Yo me atrevo a decir que esta materia trata de la vida en su más amplio concepto.[1]




Por los cuentos se inicia el gran estudio del folklore. El cuento que, más allá de la literatura, lleva un mensaje humano, un acercamiento a la realidad sin ser ella misma, una aproximación a tantos y tantos valores como se nos escapan a diario de las manos. Yo no sé si los contadores universales han pretendido lanzarnos el mensaje; desde luego, son muchas y diferentes las versiones que se han hecho de leyendas y cuentos con arreglo a esa sociedad que va mudando de costumbres, pero lo que sí parece destacar en todos ellos es el desarrollo de los sentidos, el acercamiento a los fenómenos extraños, la explicación de algunos mitos que aún permanecen vivos en nuestro entorno. La palabra folklore parece destinada a recoger otras facetas de la vida. Así, tiene contactos con la Economía política, con la historia de las Instituciones, del Derecho, de la Literatura, de la Tecnología, sin confundirse con ellas. Cada autor va incorporando nuevas facetas a medida que surgen nuevas ramas hasta llegar a nuestros días, donde este campo toma contacto con todo aquello que se mueve. El estudio abarca los más variados aspectos; [2] desde las creencias hasta los almanaques, pasando por la técnica, señales, vestidos, alimentos, danza, poesía, relatos y un largo número de géneros, pueblos y familias. Siempre desde un plano puramente especulativo he repasado los cambios que se han producido en esta materia, el significado de ciertos ritos, que hoy también tienen su consistencia y arraigo en algunos países y, aunque acudamos a los libros desde un plano personal y orientativo —como pudiera hacerlo cualquier ciudadano de su casa— me ha par­­ecido necesario hacer estas precisiones antes de introducirme en nuestra zona, un pedazo de tierra insignificante —si se quiere— pero donde hay evidentes señales de un floklore inmensamente rico. ¿Ejemplos? Muchos. Hace unos años conocí a un profesor que actualmente reside y ejerce en Barcelona. Le gusta investigar y descubrió en un lugar apartado de La Castillería vestigios de un pueblo Celta. Los libros escritos sobre la Montaña Palentina no profundizan en estos aspectos, pero sirven, sin duda, de orientación a todos esos estudiosos y expertos que tanto se hacen de rogar. No hablan de la gran cantidad de molinos que existieron en estas comarcas, lo que denota el movimiento que aquí hubo y la importancia que debieron adquirir en algunas épocas de la historia, estos pueblos hoy casi despoblados, de cara a los embarcaderos que nos llevaban hacia Europa. Lo cierto es que hay una historia candente por descubrir aún, lo que serviría para ampliar las referencias y el interés por nuestra zona de montaña. He pasado estos últimos años de mi vida entre estos pueblos que me vieron nacer, entre estos misterios, al borde de tantas inquietudes como aquí palpitaron, y es hoy, al escribir estas letras, cuando miro sorprendido hacia atrás, hacia la indiferencia que el maravilloso entorno nos depara y, sobre todo, al interrogante, a la explosión de gozo, a la historia que estos documentos pueden aportar hoy, encarados ya al nuevo siglo. ¿Acaso no tenemos motivos para estar orgullosos? Y ansiosos, porque todos estos capítulos forman parte de una larga travesía por la vertiente de nuestro libro de folklore aún inédito.

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[1] Aunque la palabra naciera con el romanticismo, no pueden negarse los hechos que vienen sucediendo desde el principio de los tiempos. Así tenemos, por ejemplo, Pausanías y su “Descripción de Grecia”; Montagne, y su “Viaje a Italia” y otros como Browne (1646), Thiers(1677), Macpherson (1780), Herder (1791) y los hermanos Grimm (1810), con sus “Cuentos Populares”.

[2] Los libros nos hablan del francés P.Sebillot y sus “Cuentos Populares de la Alta Bretaña”, director que fuer<a del inventario de folklore francés (1904–1907); “El cielo y la tierra, el Mar y las Aguas”, “La Fauna y la Flora”, “El pueblo y la historia”. Se habla también de grandes folkloristas, como Charlette Burne y su “Manual de la Sociedad Británica de Folklore”(1914).



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25 julio 1987

Uso y abuso de la fe
julio 25, 19870 Comments

Recordamos su revista Pernía, ya con varios años de antigüedad y logros. Insólita publicación que, fuera de su tierra palentina, quiso ser como embajada de ella; y que, además, se convirtió en caja de resonancia de muchas voces de escritores y poetas inéditos que hasta entonces aparecían enmudecidos, teniendo muchas cosas que decir. Hacer sonar esta mudez ya fue un milagro, y sólo su fe, no sólo en él, sino en los demás, pudo alimentarlo. Contra viento y marea, luchando contra obstáculos económicos y hasta contra cotos literarios donde entrar era punto menos que imposible para el novel, consiguió —está consiguiendo— formidables frutos; primero, de continuidad; y, poco a poco, de calidad. Esta revista que hoy da la mano a los artículos de Lózar, supo crecer su planta palentina en las vascas tierras de Bilbao, donde viene diciendo mucho y bien de otras tierras y hombres de España, incluso de Hispanoamérica —colaboraciones le llegan de todos los puntos cardinales de aquende y allende el océano—, para hacerse como puente, y, lo que es mejor, tejido vital de nuestra prosa y nuestra lírica. Yo de Pernía, hablé, exaltándola, como cumplía, en mi tesis doctoral. Porque la revista paisana llevaba a cabo perfectamente la verdadera tarea de la información: informar y formar. Froilán de Lózar supo, inteligentemente, hacerse abanderado de este doble y noble cometido. Hoy, en esta introducción a nuestro folklore; es decir, en su expresión y glosa de lo que es la esencia de un pueblo, sabe estar, una vez más, a la mejor altura. Debemos agradecerle esta labor. Debemos elogiar su palabra que, impregnada del claro decir de la lengua española, sabe entrar en los amplios contornos del paisaje y de las costumbres vernáculas de los palentinos, para, sencillamente, magnificarlos.

El ha sido y vuelve a ser, un defensor generoso de los ámbitos pernianos, de estas tierras norteñás de la comarca de “Fuentes Carrionas”, donde la naturaleza, “la mejor muestra de la verdad”, al decir de San Ambrosio, puso sus galas. Debemos, sin recato, reconocérselo, ya que es capaz de hacernos contemplar la tierra y empaparnos en su sentido, como Anatol France quería. Ya al leer, al releer estos artículos, nos invita a ir a estos ámbitos. A llenarnos de ellos. A amarlos. A defenderlos. Es bueno jugar con los vientos y con las nieves. Dorarnos como el sol. Llenarnos de inmensidad. Quizá hacernos, con ella, canción. ¿Por qué no, si en los ojos tenemos siempre un horizonte agazapado y en el corazón una cadencia dormida? Hay que despertar y hacer. Froilán nos lo recomienda, tras advertirnos: “Hay que seguir bregando hasta que consigamos alejar ese somnífero que nos tiende la vida”. Porque, al hombre, como al camarón que se duerme, la corriente se lo lleva.

Termino esta presentación. Ella, creo, os ha llevado un poco al hombre. Un poco a su obra. “Por sus obras los conoceréis” —dice el Evangelio—. Aquí está la de Froilán De Lózar. Él tiene la palabra. Escúchala.


Félix Buisán Citores, Periodista y Académico de la Tello Téllez, Palencia, 1992

A la memoria de Félix Buisán Citores, periodista y maestro de quien tanto aprendí.


Se hubiera roto de la tierra el estímulo, sin la fe, sin la confianza que sus hombres y mujeres han depositado en todos y cada uno de los ritos. Fe en lo bueno y en lo malo, porque el camino que está lleno de rosas no necesita estímulos y, en cambio, el esfuerzo y la sonrisa ante las adversidades curte la vida del montañés, le prepara para los malos tragos, le sitúa sobre el camino auténtico. Fe en Dios, a quien, por otra parte, le hacen capitán de sus fracasos y triunfos. Como decía Voltaire: “Si Dios no existiera, sería preciso inventarlo”.

En algunos sociedades, como en la India, Dios está representado por varios rostros y de su cuerpo salen varios pares de brazos; aquí no, en nuestro entorno Dios tiene un rostro humano bien definido. Pocos se alejan de esa imagen que representa sus logros y carencias. Ahora bien, se vive mucho de la fe de los otros, de la suerte de los demás, de la historia sangrante que cada persona paladea a su modo, sin entender del todo algunas actuaciones y llamadas atribuidas al Todopoderoso.

Todavía recuerdo, siendo niño, aquella historia de los panes que el pueblo depositaba ante el altar por Pascua. A la salida de misa, el sacerdote lo repartía entre los monaguillos, junto a una cantidad simbólica de dinero. En el Antiguo Testamento, la fe es la actitud del hombre que, en una encrucijada se vuelve hacia Dios que le hace partícipe de un porvenir más agradable. En el Nuevo Testamento la fe se abre al presente. Y ciertamente, me pregunto: ¿Qué es la vida de las personas sin la fe? Fe que no mueve las montañas, cierto, pero que implica un gasto de energías, que supone una recompensa sin fronteras.

De ahí que la actual impresión que nos cause la comarca, de desaliento y de pobreza, se deba, en principio, a la ausencia de este elemento, sometidos cada vez más a la técnica que en todos los sentidos se nos está imponiendo; los aparatos nos han garantizado una seguridad y compañía que no encontramos en la calle, que no queremos o no podemos advertir en las personas. Tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, lo que en los pequeños pueblos supone de algún modo la pérdida paulatina de todos esos valores que en ellos se han ido generando a través de los tiempos. Costumbres que se han ido perdiendo, pendientes como estamos de la comodidad, del confort; sometidos a una buena dosis de soledad y miedo.

La fe es, sin duda, un elemento indispensable para que la monotonía no se descuelgue y se pierda la imagen verdadera de la sociedad donde vivimos. Fe en los demás para alcanzar pequeñas pero significativas metas. Fe en nosotros mismos, porque, como dijera el escritor Antonio Gala: “Nunca podemos decir de ningún ser, de ningún gesto, de ningún instante, por modestos que sean, que no tienen sentido”. Ahora se pone fe en los alcaldes, porque, equivocadamente, se les considera responsables absolutos del bien y del mal que en su mandato se genere. Ahora se ha perdido la fe en los sacerdotes, y hablo de un pasado reciente, de un cura de pueblo generoso que por apoyar a un candidato ha perdido la fe de sus discípulos, se ha metido en el juego peligroso de confesar abiertamente su apoyo a una idea, a un hombre. Se pone fe en todo aquello que nos está perdiendo y se pierde la fe en algunas personas y modos que nos van realizando; inversión de papeles, orgullos desmedidos; engaño que, obedeciendo a un “qué dirán” de dudosa procedencia, se arrastra peregrino, como obligada sombra, por entre todos los espacios y senderos que tantas veces recorrimos.

Se pierde la fe en todo y en todos por un simple fracaso. Hacemos de una apuesta un martirio sin meta. Los pregoneros de verdad ya se han marchado; los otros, nosotros, vosotros, todos los que cantamos con mayor o menor acierto lo que vemos, hemos perdido a sus ojos aquella pizca de bondad que en otros tiempos les pareció advertir. Tal vez estemos tremendamente equivocados y la fe que no existe, o que paso a paso se ha ido resquebrajando, se deba al uso tan superficial que hicimos de ella; o dicho de otro modo, se deba al abuso, al modo de buscarlo, sin depositar un poco más de amor en este acto, haciendo un punto y aparte del resto de las cosas. La fe hay que depositarla en las personas, como personas, porque la ideología no debe estar reñida con los demás principios. La fe se pierde cuando nos dejamos llevar por las habladurías. Se habla mucho. Se culpa siempre a los demás de lo que nos sucede. Los demás siempre tienen algo que a nuestro modo de ver nos pertenece. Por eso, no se puede, no se debe jugar con la fe que nos queda, con aquella que hemos logrado conservar, de la que no hemos abusado.

Y debemos hacer acopio de fuerzas para recuperar la fe que insulsamente derrochamos.

@Folklore, para "Diario Palentino".

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12 junio 1987

Cuando hablan las campanas
junio 12, 19870 Comments


Las campanas doblando por ti están,
y están cavando la fosa
en que te han de echar.


Zorrilla




La campana es el elemento motor de un pueblo. Prehistórico instrumento musical que guarda un canto para cada ocasión, que pide un ritmo para cada momento; que aún hoy, en los hogares, en las cantinas, en el campo, hace que los rostros se vuelvan, se interroguen, dejen por un momento lo que tienen entre manos y busquen el motivo por el que la campana está sonando. Si es un sonido triste –porque la campana interpreta a la perfección lo que siente el campanero–, si su ritmo es lento y sobrecogedor, anunciará la muerte de un vecino. Si las campanas voltean como en los días de fiesta, a una hora desacostumbrada, nos están anunciando una catástrofe, un fuego de monte o de hacienda que nos cerca. No quisiéramos preguntarnos en ese instante qué es lo que está pasando, qué es lo que arde, dónde está el humo o el misterio… Oímos campanas, nos revientan los tímpanos, y como dice el dicho, no sabemos dónde suenan ni quién las mueve con tal ímpetu.

Las campanas, como el fuego que la chimenea inventa, nos reúnen, nos llevan a la misa o al Concejo, nos llaman a la boda o al bautizo, nos acompañan , cuando juntos vamos a decirle adiós al familiar o al vecino. Las campanas nos llevan hacia el humo. Cuando arde una casa todos llegan movidos por su agitado son. No quiero ser morboso. La historia ya pasó a las efemérides de un pueblo montañés. Un día, entre semana, las campanas tardaron mucho tiempo en sonar. Ardió un pajar entero, con la hierba del invierno, con la faena del verano terminada; ardió por un juego de chiquillos y no se pudo salvar nada. Sólo lo puesto, y los jamones que alguien arrojó por las ventanas cuando ya las maderas comenzaban a crujir de forma rara, mientras un anciano se aferraba al legado paterno, trataba de huir de aquellas manos que le sujetaban, porque quería y lo intentaba por todos los medios, hacerse humo con ella. “Que le dejaran perderse entre las llamas. Que vinieran a buscarle más tarde, cuando el sacrificio estuviera consumado y hubiera pasado a formar parte de la historia”. Las campanas aquel día sonaron tarde. Vinieron hombres y mujeres por todos los caminos. No traían nada en las manos. Sólo exclamaciones de dolor y regueros de pólvora. La publicidad de la que en otras ocasiones hemos hablado, la explicación resumida por aquellos que habían llegado antes al lugar y que a su modo iban contando semejante tragedia. Mientras, en el corral, junto a la entrada principal de la vivienda, los marranos renegando y la Guardia Civil impidiendo el paso a los mozos que trataban de arriesgarse sin éxito. Las llamas comenzaron a entrar en la cocina precedidas por un humo cada vez más intenso. ¡Qué podemos hacer! Las campanas no tenían la culpa de nada. Fue una sobrecogedora experiencia que algún día, si las campanas no os llaman a despedirme antes, contaré con todo lujo de detalles.

Las campanas se afinan aligerando más o menos de metal puntos determinados de la misma. Mi padre, y perdone el lector las citas familiares, sacristán perpetuo de la de Cantamuga, colegiata de mérito y renombre, se pone en pie y me explica con detalle el movimiento, la fuerza que hay que dar y la vocación o devoción que también parece necesario exhibir, para que los armónicos habituales de la misma (octava, primera, quinta, tercera menor y octaba baja) adquieran sentido y lleguen con nitidez al pueblo que nos mira.

En la Edad Media pudo considerarse la campana como instrumento militar, ya que como señalan las gordas enciclopedias —a son de campanario— se reunía la mesnada para marchar a la guerra. La campana, hizo las veces de corneta de órdenes del Señor feudal, papel que trascendió al renacimiento, existiendo un privilegio por el que el maestre se apropiaba de ellas. El pueblo las rescataba a gran precio, por lo que se dio en considerar como una contribución de guerra. Esta costumbre volvió a ponerla en vigor Napoleón, de ahí que los franceses exigieran rigurosamente las campanas en España durante la Guerra de la Independencia. Una de las obras más famosas de nuestro Casado del Alisal fue “La Leyenda del rey monje”, conocida como “La campana de Huesca”.Y así podríamos seguir relatando procesos y significados que este instrumento ha venido aportando a nuestro libro de folklore a través de los años. Las campanas pueden alertarnos cuando los pillos roban las imágenes, cuando las imágenes que se conservan en los templos tienen tanto valor como las de Cervera de Pisuerga o Paredes de Nava. Las campanas, en fin, mueven la historia de estos recónditos parajes. Nos campaneamos al ritmo que ellas nos imponen y, aunque el campanario obedezca en principio, más a la defensa del templo que al sustento de las campanas, la primera mirada del visitante se dirige hacia ese hueco magnético, buscándolas. ¿Se imaginan un campanario sin campanas?.

Los ejes rechinan, pero las campanas, totalmente de hierro o, con su medio cuerpo de madera, alivian, no sé porqué razón, la parada del extraño visitante y reconfortan el paso o la obligación de los vecinos. El pueblo está a salvo. Las campanas luciendo en lo más alto se preparan para anunciarnos el futuro, lo que ocurre en este mismo instante. ¿Puede oírlas?¿Amable lector, qué le sugieren?.

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