Ritos y miedos

La sociedad, la nuestra, de los pequeños pueblos, ha experimentado un cambio profundo en sus formas de expresión y de vida. Hemos estado envueltos durante mucho tiempo en un incontable número de ritos que van más allá de un acto simple y rutinario, y que, por esa misma causa, nos han desconectado de las nuevas corrientes.

Hemos vivido profundamente inmersos en nuestro propio simbolismo. El folklore no es sólo un tipo de baile o de música —eso está claro— y lo digo porque, cuando a nosotros nos hablan de un festival folklórico, enseguida lo asimilamos con cualquiera de esos grupos que durante los meses de verano llenarán las fiestas de los pueblos con sus trajes y jotas. No se reduce éste a una parcela o a un estilo en concreto y es por eso, quizá, por lo que nunca muere.




Desaparecen unos ritos y surgen otros, a veces totalmente diferentes, lo que ayuda a comprender las tendencias y los gestos en las diferentes épocas de la vida.

El académico Julio Caro Baroja nos habló de ello a través de sus investigaciones y son muchos los autores que se han dedicado de alguna forma a estudiarlo. (1)

Con frecuencia alimentamos nuestra fe a base de milagros. A veces, no trascienden, ni siquiera serviría esta definición para explicarlos, pero sí, incluso en estos pequeños pueblos de provincia donde parece imposible una aparición, han existido versiones y creencias que vienen a sumarse a uno de tantos cuentos o leyendas que en la zona se han dado. En torno a Fátima o a Lourdes se levantaron monumentos y allí acuden millones de personas llenas de fe, dispuestas al mensaje de esperanza, con la ilusión de recibir la gracia o la curación a enfermedades que han sido arrinconadas por la ciencia o por la medicina milagrosa (curanderos).

Una historia similar tuvo su orígen muy cerca de Bilbao, en Umbe. A raiz de un reportaje en la televisión aumentó considerablemente el número de visitantes y fueron muchos los que a diario (cuando se publicó por vez primera este artículo) solicitaron información desde todos los puntos del país. Según parece, la Virgen quiso erigir allí un Santuario. Las personas que recibieron el mensaje en aquél caserío hablaban de levantar un monumento en pocos años que hiciera historia, aunque no faltaron discrepancias y dudas en torno a quienes se fueron sumando a este proyecto. “¿Querrá la Virgen tanta suntuosidad en unos momentos de tanta crisis?” —se preguntaban. Pues bien, he aquí que, un día se apareció la Virgen en uno de estos pueblos. Era una Virgen de madera, naturalmente. El pueblo hizo procesiones en su nombre.

La trajeron del monte hasta la Iglesia. Otro día desapareció. (Esta vez el milagro estaba más entregado a los manejos) ¿Alguien quería meterle miedo al pueblo? ¿Alguien pretendía devolverle el sentimiento religioso? No lo sé. No lo sabemos. Lo cierto es que, en aquel lugar se construyó una ermita para que la leyenda no se quedase sólo en eso. Es decir, lo mismo que en Lourdes, pero sin visitantes. Después de aquella euforia, pasados unos años, la imagen se vendió por 30.000 pts. La ermita se acabará cayendo y muchos de los lectores pueden pensar que aquí se termina la historia. Y piensan mal, porque el rito continúa. Las mujeres y los hombres cuando van de camino a los prados de la Sierra siguen echando allí monedas. Tal vez se trate de una peseta o de cinco, que molestan en uno de los bolsos, pero nadie ignora que puede tratarse de una ofrenda sincera. (Tampoco sé si se habrá llenado ya la ermita, o para qué se utiliza aquél dinero, ni quién lo saca, ni adónde se lo llevan).

Hace algunos años, en un artículo remitido al Diario Palentino, y publicado en las páginas especiales del sábado hacíamos referencia a viejos rituales para atraer el agua hacia los huertos. Estos años la tristeza de la tierra no es menor que entonces. Sería necesario hacer una rogativa con mucha fe. Y lo digo, porque recuerdo la anécdota que me contaron en la Castillería, cuando el cura (lo hacía todos los años), salió con el hisopo a bendecir los campos. Cuentan que al siguiente día cayeron unos granizos como piedras. Hace unos años, cuando el País Vasco quedó inundado por las aguas, algunos se apresuraron a exclamar: “¡Ha sido un castigo de Dios!”. Lo mismo dijeron cuando un vecino se rompió una pierna el día de los Santos recogiendo “cachizos” o cuando otro murió mientras laboraba el día de San Roque.

Mucho más allá de ese respeto que las imágenes o los milagros nos infunden, hay una condición de miedo: miedo al castigo, miedo a perder nuestro pasado, miedo al presente, miedo a no encontrar el camino; miedo, en fin, a las sombras, a perder la identidad de nuestro pueblo. Pero, ¿sirve de algo apresurarnos a escribirlo?Vayamos con serenidad analizando las metas propuestas, los cambios operados, el rigor de cuanto ya se ha recuperado para la historia en Discos, Libros o Museos.Capítulos para la historia de nuestro libro de folklore aún inédito.

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(1) Folklore y Costumbres de España, de A. Machado y Alvarez (1885); Navascúes (1931); Manual de Folklore, de L. de Hoyos Sainz, (1947).

(2) Revista Internacional de Estudios Vascos.
Centros de Estudios en Galicia y Asturias. Museo Etnográfico de Barcelona.


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