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Viaje al otoño, punto final | Origenes | Montaña Palentina Viaje al otoño, punto final

Viaje al otoño, punto final

Decir adiós y no marcharse nunca


Decía mi abuela que, para algunos seguirás siendo enemigo aunque mees agua bendita. Y las abuelas llevan mucha razón, porque ya están curtidas y a la vuelta de tantas cornadas como les dio la vida. 
Con este recorrido personal hacia el Otoño he querido revivir viejas historias sin ánimo de encontrar nada especial, con la vista puesta en estas largas vegas ahora rociadas con el anuncio del invierno. He vuelto al Norte que me dio la vida, San Salvador de la leyenda, a los pueblos que sentimentalmente recorrimos hace años: 


Herreruela, pueblo pequeño, el último de la Castillería, en cuya vieja Casona un vecino de Cervera quiere abrir un Museo; Celada de Roblecedo, el más grande de la comarca en otro tiempo, antes de la explosión de futuro que promovió la industria; San Felices, Estalaya y Verdeña, patria de Matías, en la misma boca de los lobos. Tremaya, donde casó Luis Guzmán después de ejercer como maestro en una escuela derrumbada: Los Redondos, camino de Cueva Cobre; Los Llazos, donde alientan dos almas; el Molino de Guzmán, que es como una barrera imaginable que da acceso a estos últimos pueblos que atrás he mencionado y la Venta Urbaneja, con tantas historias ya plasmadas en vinateros y pasiegos que dedicaron su vida al comercio y donde todavía alienta una esperanza de futuro. 

Hacia el puerto, Areños, recogido en una ladera; Casavegas, donde Eliseo representa la mayor historia de humor y de "casos verídicos" que recordarse puedan, y en lo más alto, frente a Picos de Europa, Piedrasluengas. Atrás quedaron otros pueblos, como Lores, que me recuerda el encuentro reciente con Agustín Fernández Merino, al que conocía por la televisión y por un libro "Quintaesencias"; o el arte de conocer cada pequeña historia de este rincón: los frutos, las flores, los elementos y la manera de crear algo nuevo, aflorando así la esencia derramada en sus entrañas, Juan José de Cossio lo resume muy bien en el prólogo: "porque se trata de una obrita donde conviven, en perfecta armonía, el dato científico, la cita histórica y la fantasía de su autor". 

Cierran la tabla por el norte los pueblos de Lebanza, el Campo y la Abadía, cuya sombra es alargada, como el monasterio que se levanta a unos pasos de la Peña Carazo. A la otra vera, Polentinos, que se alarga hasta formar el cuerpo de una gigantesca sirena, mirando desde su atalaya al Parador Nacional Fuentes Carrionas. 

He reunido en estos capitulas, a propósito, los últimos comentarios, los últimos escrítos, el último eco de la memoria. 

Alguna vez he dicho adiós y he vuelto porque el silenci0 es malo para todos. En esta casa hasta esta fecha de hoy me han hecho un hueco y he compartido con ustedes momentos deliciosos. También momentos tristes, Pero me falta tiempo. Debo concluir un ensayo que comencé hace años: "La biografla de un niño sin mañana", donde un pequeño se pregunta: ¿para qué estudio?, ¿para qué trabajo?, ¿para qué amo? No soy de los que se agarran a una "Solana Palentina" y cantan con la gracia y el don que lleva dentro Gonzalo Ortega Aragón, sin perder la compostura nunca, así hasta el fin de un milenio si fuera necesario. 

De pronto me apetece despedirme, porque ya está bien de hacer caminos sobre caminos hechos. Aunque, si he de serles sincero, que uno, aunque debiera, no siempre puede serlo, este silencio implica el comienzo de otras historias más ambiciosas de cara a los próximos meses. Mariano Valero me ha tendido la mano sobre un asunto que llevo meses madurando, relacionado con la zona norte y mientras eso llega y para no perder contacto con mis amigos y lectores, les convoco semanalmente en una columna que he títulado "Crónicas fin de siglo". 

Cerremos el cuaderno. Recojamos las historias pendientes. Que no se apague este viejó periódico. Que no haya envidias entre ustedes, los Medios. Que el Otoño no signifique a la fuerza un adiós para siempre. 

Les dejo con Pedro de Hoyos, con Nuria Donat, con Gonzalo Ortega, con Mariano Valero y tanta buena gente que me hicieron un hueco, una prueba -digamos- que ya he pasado y que prometo superar en los próximos meses. 

Porque en este periódico pequeño, de provincia pequeña, se han puesto de manifiesto hermosas historias y he disfrutado, eso tengo que decirlo bien alto, de las más altas cotas de libertad que imaginar se puedan. Un diario que ha seguido vivo a pesar de la dura batalla de la competencia, a pesar de improperios, a pesar de esa porción de declardos enemigos que, hagas lo que hagas, aunque lo hicieras de la mejor manera, nunca sabrán reconocerlo. Yo pienso que ahí reside una de las muchas grandezas del periodismo: No perder la compostura nunca, no dejarse amedrentar por malos vientos, no sucumbir a ningún manifiesto. Y cuando digo esto pienso en unas palabras que Abilio Burgos de Pablo escribió en este mismo diario en septiembre de 1987: "Para conseguir un lanzamiento en el desarrollo de Castilla y León es necesario un pragmatismo de acción común por parte de todas las clases políticas con representación parlamentaria en el Congreso, en el Senado, en Las Cortes, en las Diputaciones, en los Ayuntamientos. Nuestros gobernantes deben pensar más por Castilla y León que en su disciplina de Partido". 

A todos los que me habéis seguido durante tantos años, dentro y fuera de esta casa, aquellos que me alentáis para que siga escribiendo de la Montaña Palentina, a todos mis paisanos, a todos mis amigos, confiarles mi último pensamiento y convocarles en esta misma dirección para la primera semana de Año Nuevo: "Estamos en el buen camino, Sigamos adelante. El futuro es una tentación que no podrá resistirse a todos esos proyectos que esperan a la puerta". 


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