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Tapar un hueco

Existen grietas casi imposibles de tapar. Lo saben quienes viven allá, aferrados a la tierra que tanto decimos añorar los que nos fuimos. Un lector me llama para pedirme que regrese. 





Y lo cierto es que no me costaría nada romper algunos lazos que ahora me atan aquí y buscar la paz y la serenidad que no hallamos en este punto del país (por otro lado con esa imagen nueva de turismo moderno y acelerado que ahora se viene prodigando). Pero también aquí es necesaria nuestra presencia, no por esto que vemos, sino por aquello que dejamos; no por este mal que nos atormenta y nos persigue, sino por aquella familia que un día nos despidió a la puerta de casa sin poder precisar quién padeció más, si aquellos que se quedaron o aquellos que decidieron buscar fuera lo que allí no encontraban. Al fin y al cabo, aunque utilicemos un tono poético para decirlo, peregrinos somos todos, porque todos pasamos, hasta aquellos que nos esperan impacientes junto a la vereda que conduce al Cueto. Ocurre habitualmente que, nos damos cuenta del valor de las cosas cuando las dejamos en el camino, que es como perderlas un poco, aunque constatemos por otro lado que siguen vivas junto a aquellos que no sintieron igual la llamada del exterior, que ayer fuera la llamada del progreso y que hoy quiere ser la búsqueda de la supervivencia ante el hecho evidente de tantas cosas elementales que a los pequeños pueblos se les sigue negando.




ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DEL LIBRO
VER DOS VECES LAS COSAS
FROILÁN DE LÓZAR, SEPTIEMBRE DE 2020
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