Ya me ha dado usted un buen sermón, señor Ferreras. Eso sin conocerme. Y usted que pertenece a la Iglesia me ha llamado ignorante y mentiroso, después de veinte años predicando a la provincia y de la provincia, por amor; sólo y exclusivamente por amor. Eso ha despertado a los cobardes enemigos que me leen y que, de tarde en tarde, sin dar su nombre, me llaman y dejan mensajes de euforia a los más allegados: "Lee, lee, verás cómo te ponen hoy".
Pero usted no se ha quedado corto ni manco y ha metido en el saco, guiado por una obsesión enfermiza, a mis amigos, a todos los que me leen, a quienes le han publicado a usted el artículo en primera página, sin censurarle ni siquiera un insulto, porque no he llegado a las primeras páginas del periódico por mentiroso ni agorero. Está bien, a mí me agrada que le publiquen todo, porque para eso he defendido en otras circunstancias la libertad de expresión. Y una de las consecuencias con las que ya cuento de antemano es la discrepancia en muchos asuntos. Pero no a la torera, como usted ha hecho. Me parece bien que usted defienda a capa y espada a la Iglesia y al obispo que en nombre de la Iglesia ha clausurado el convento. ¿O ha sido todo una mentira? ¿No es verdad que si se descuida su Excelencia le linchan los vecinos? ¿No es cierto que tenían ahorrados noventa millones en el banco? ¿No es verdad que -conforme declaró su representante- querían quitarles hasta el hábito? Pues si no se trata de un capricho, señor García Ferreras, dígame usted de qué se trata. ¿Le gustaría que a usted le quitaran el hábito o la condición de sacerdote por viejo, o porque se ha equivocado en algo? ¿Aceptaría que le dijeran que debe abandonar la Casa Parroquial porque ha dado un mensaje que no ha encontrado satisfacción en sus más inmediatos superiores? Pero sucede muy a menudo, usted debe saberlo, que lo del hambre en el mundo, lo de la pobreza, lo del terrorismo, lo pagan y lo padecen otros y nosotros sólo podemos rezar un padrenuestro. Y es posible que estemos dando la vuelta a un sermón equivocado, porque en nada se parece el pensamiento al sentimiento. Muchos lo pensamos, pero no lo padecemos en carne y hueso.
Hoy mismo, otro sacerdote que me sigue, y al que usted ha llamado asimismo ignorante, me ha dado el visto bueno del referido artículo, porque seguramente sabrá por los periódicos que la historia, tal y como la cuento, se ha dado en aquel pueblo de Guadalajara. Otra cosa es la opinión personal que yo tenga y que usted no va a cambiar con ese sermón donde aflora el desprecio.
Yo le ruego que, si puede, si no lo ha tirado a la papelera, como dice que debió hacer, dejando a un lado el menosprecio que le mueve hacia mi persona, sin conocerme, que eso sí que es desacreditarse a todos los efectos, métase un momento en la piel de esas monjas que se quedaron sin el hogar donde crecieron.
Y mire usted que le estoy tratando con demasiada delicadeza, con todo el cuidado y mimo con el que afronto todas las historias que aquí cuento, porque los años y la experiencia en esta y otras casas me han ido enseñando a manejar las historias con mucho tacto.
¿Qué le voy a decir? A mi me siguen repicando los versos del poeta, que usted, con mucho aplomo, ha soslayado, para evitar acaso dejar por sentado lo de la ignorancia, que es un insulto grave y gratuito, dado todo el material de información que llega cada mañana hasta mi mesa de trabajo.
"No quiero que me ofrezcas paraísos de luz en lejanía y vayas devorando, implacable, mi vida".
© Froilán de Lózar para Diario Palentino
Contestando al artículo del sacerdote Germán García Ferreras
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