Mientras los altos mandatarios del país anuncian la bonanza de la economía y en alguna autonomía estudian la erradicación de los mendigos, la bomba de la pobreza estalla en otro punto con más potencia, y casi de inmediato se hace patente la solidaridad de mucha gente que intuye la dureza de la situación, la crudeza del maligno, la tesitura de vivir y morir con lo puesto, mientras el agua desbocada se lleva a los suyos, se lleva todos sus recuerdos y principios, tal y como a menudo, año tras año, ocurre en Centroamérica.
Antes, cuando niños, después de la casi obligada aportación de nuestros padres para los “chinitos”, ya nos llegaban noticias de la India, la de Calcuta, la de Teresa. Y nuestros padres y maestros nos recordaban cada día nuestra diminuta opulencia: “Hay millones de niños que no tienen nada que llevarse a la boca”. Y en esa frasecita se encierra el tren de la culpabilidad al que hemos acudido como adultos responsables para solidarizarnos con un país lejano. Hoy, en medio de la catástrofe, después de nuestra pequeña aportación para mitigar las terribles heridas que en todas partes se abren; después de tranquilizar nuestras conciencias, sabiendo que unos actos mueven a otros, a mi me sigue quedando la terrible duda, me siguen machacando las pregunta de siempre: ¿Debe mantenerse la culpabilidad de Europa ante todas las catástrofes y miserias del mundo?, ¿Servirá para algo la imagen que llevamos metida a fuego en la retina?¿Reconocerán los gobernantes de esos países pobres sus obligaciones? Porque, frente a la pobreza más atroz, los gobernantes de China y de la India apostaron por convertirse en potencias nucleares.
Porque no entregamos el dinero para que no llegue, ni para que llegue a medias, ni para que los bancos (en la más obcecada de las opulencias) nos cobren comisiones por hacerlo llegar.
Porque enviamos nuestra pequeña aportación convencidos de que servirá para la causa, y que también los gobernantes de aquellos países pondrán en la balanza como primera causa aquella lucha.
Porque lo necesitan todo. Nos necesitan a todos. Y todo será poco para empezar de nuevo.
© Froilán de Lózar para Diario Palentino
6 Comentarios
Más razón que un santo... plas, plas, plas! Besos!
ResponderEliminar@8/10/09
El sentimiento de culpabilidad provoca que la gente se quiera comprar una conciencia limpia. E incluso hay gobiernos que utilizan a la población para fomentar ese sentimiento de culpabilidad en otras latitudes y conseguir dinero para sus bolsillos. Dinero que jamás llegará a quién lo necesita de verdad. Es cierto que muchas de las desgracias de la mayor parte del planeta están provocadas por la minoría rica. Pero no es menos cierto que también hay gobiernos que se han aferrado a la corrupción y al subsidio del primer mundo sin tener el más mínimo interés en mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Salu2
ResponderEliminar@8/10/09
@Anna, recuperando viejos escritos, recupero también parte de aquellas intenciones @Markos, Es todo una gran bola, si te fijas. Es todo un gran engaño. Al final, el pueblo es el que vive la verdadera opresión de sus gobiernos y ha de pagar por la ambición ciega y la opulencia de los más ricos. Y te prometen y te engañan de contínuo.
ResponderEliminar@8/10/09
Gracias por todo tu apoyo y dar una visión especial a esta temática tan difícil de entender, ha sido grandioso ver a tantos amigos juntos hablando de los mismo. Un abrazo y proto os tendré a todos vinculados.
ResponderEliminar@9/10/09
Vaya, Froi, hacia tiempo que no pasaba por aquí, me gusta el gusta el look. Interesante post. Saludos.
ResponderEliminar@10/10/09
Hay tantas medidas que se podrían tomar y no se toman... Y al final, son siempre los mismos quienes sufren.
ResponderEliminar@10/10/09
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