ORÍGENES

12 junio 1987

Cuando hablan las campanas
junio 12, 19870 Comments


Las campanas doblando por ti están,
y están cavando la fosa
en que te han de echar.


Zorrilla




La campana es el elemento motor de un pueblo. Prehistórico instrumento musical que guarda un canto para cada ocasión, que pide un ritmo para cada momento; que aún hoy, en los hogares, en las cantinas, en el campo, hace que los rostros se vuelvan, se interroguen, dejen por un momento lo que tienen entre manos y busquen el motivo por el que la campana está sonando. Si es un sonido triste –porque la campana interpreta a la perfección lo que siente el campanero–, si su ritmo es lento y sobrecogedor, anunciará la muerte de un vecino. Si las campanas voltean como en los días de fiesta, a una hora desacostumbrada, nos están anunciando una catástrofe, un fuego de monte o de hacienda que nos cerca. No quisiéramos preguntarnos en ese instante qué es lo que está pasando, qué es lo que arde, dónde está el humo o el misterio… Oímos campanas, nos revientan los tímpanos, y como dice el dicho, no sabemos dónde suenan ni quién las mueve con tal ímpetu.

Las campanas, como el fuego que la chimenea inventa, nos reúnen, nos llevan a la misa o al Concejo, nos llaman a la boda o al bautizo, nos acompañan , cuando juntos vamos a decirle adiós al familiar o al vecino. Las campanas nos llevan hacia el humo. Cuando arde una casa todos llegan movidos por su agitado son. No quiero ser morboso. La historia ya pasó a las efemérides de un pueblo montañés. Un día, entre semana, las campanas tardaron mucho tiempo en sonar. Ardió un pajar entero, con la hierba del invierno, con la faena del verano terminada; ardió por un juego de chiquillos y no se pudo salvar nada. Sólo lo puesto, y los jamones que alguien arrojó por las ventanas cuando ya las maderas comenzaban a crujir de forma rara, mientras un anciano se aferraba al legado paterno, trataba de huir de aquellas manos que le sujetaban, porque quería y lo intentaba por todos los medios, hacerse humo con ella. “Que le dejaran perderse entre las llamas. Que vinieran a buscarle más tarde, cuando el sacrificio estuviera consumado y hubiera pasado a formar parte de la historia”. Las campanas aquel día sonaron tarde. Vinieron hombres y mujeres por todos los caminos. No traían nada en las manos. Sólo exclamaciones de dolor y regueros de pólvora. La publicidad de la que en otras ocasiones hemos hablado, la explicación resumida por aquellos que habían llegado antes al lugar y que a su modo iban contando semejante tragedia. Mientras, en el corral, junto a la entrada principal de la vivienda, los marranos renegando y la Guardia Civil impidiendo el paso a los mozos que trataban de arriesgarse sin éxito. Las llamas comenzaron a entrar en la cocina precedidas por un humo cada vez más intenso. ¡Qué podemos hacer! Las campanas no tenían la culpa de nada. Fue una sobrecogedora experiencia que algún día, si las campanas no os llaman a despedirme antes, contaré con todo lujo de detalles.

Las campanas se afinan aligerando más o menos de metal puntos determinados de la misma. Mi padre, y perdone el lector las citas familiares, sacristán perpetuo de la de Cantamuga, colegiata de mérito y renombre, se pone en pie y me explica con detalle el movimiento, la fuerza que hay que dar y la vocación o devoción que también parece necesario exhibir, para que los armónicos habituales de la misma (octava, primera, quinta, tercera menor y octaba baja) adquieran sentido y lleguen con nitidez al pueblo que nos mira.

En la Edad Media pudo considerarse la campana como instrumento militar, ya que como señalan las gordas enciclopedias —a son de campanario— se reunía la mesnada para marchar a la guerra. La campana, hizo las veces de corneta de órdenes del Señor feudal, papel que trascendió al renacimiento, existiendo un privilegio por el que el maestre se apropiaba de ellas. El pueblo las rescataba a gran precio, por lo que se dio en considerar como una contribución de guerra. Esta costumbre volvió a ponerla en vigor Napoleón, de ahí que los franceses exigieran rigurosamente las campanas en España durante la Guerra de la Independencia. Una de las obras más famosas de nuestro Casado del Alisal fue “La Leyenda del rey monje”, conocida como “La campana de Huesca”.Y así podríamos seguir relatando procesos y significados que este instrumento ha venido aportando a nuestro libro de folklore a través de los años. Las campanas pueden alertarnos cuando los pillos roban las imágenes, cuando las imágenes que se conservan en los templos tienen tanto valor como las de Cervera de Pisuerga o Paredes de Nava. Las campanas, en fin, mueven la historia de estos recónditos parajes. Nos campaneamos al ritmo que ellas nos imponen y, aunque el campanario obedezca en principio, más a la defensa del templo que al sustento de las campanas, la primera mirada del visitante se dirige hacia ese hueco magnético, buscándolas. ¿Se imaginan un campanario sin campanas?.

Los ejes rechinan, pero las campanas, totalmente de hierro o, con su medio cuerpo de madera, alivian, no sé porqué razón, la parada del extraño visitante y reconfortan el paso o la obligación de los vecinos. El pueblo está a salvo. Las campanas luciendo en lo más alto se preparan para anunciarnos el futuro, lo que ocurre en este mismo instante. ¿Puede oírlas?¿Amable lector, qué le sugieren?.

Imagen vista en "Zaragozame"
EL FOLKLORE | ENSAYO
Reading Time:

26 julio 1986

El verano en el corazón y en el comercio
julio 26, 19860 Comments

Si de folklore hablamos, el verano lo es. Unos meses, no más, de un año que se pasa veloz, como todos los años, pero unos meses llenos de pasiones, de juegos, de belleza, de superación constante en esas ramas de la vida condenadas a quebrar por cualquier imprevisto, que a veces nada tiene que ver con el verano.




¿Qué tiene el norte que no tenga el Cerrato?¿Qué significado pueden alcanzar aquí esos meses, que no alcancen en La Valdavia o en La Ojeda? Son diferentes y no viene al caso explicarlo aquí. Indudablemente, al perderse esos vestigios artesanos, o al reducirse a un simple pasatiempo, se perdieron nuestras buenas relaciones con la Tierra de Campos. No quiero decir que ahora sean malas, no. Ahora están detenidas.

Recuerdo cuando bajaba con mi padre a los mercados de Saldaña en busca de legumbres o, cuando bajábamos a Potes a vender el pimiento para la matanza. Allí adquiríamos el “queso picón”. Aquél queso, que atufaba las casas, se vendía aquí como rosquillas. También se adquirían nueces y castañas “pilongas”. Ahora, el mercado cántabro se ha encarecido de tal forma que parece un mercadillo de lujo. Ignacio, el alpargatero de Cervera, sigue bajando todos los lunes y ya sabe de qué pata cojea cada lebaniego. Claro que, Ignacio, es un paisano nuestro universal. Otro tanto de lo mismo ocurría con Pepe Cajigal, el herrero de San Salvador de Cantamuga. Ahora sus hijos se dedican a empresas más costosas dentro del mismo oficio; Germán, el cacharrero, fue toda una leyenda, con aquella voz de trueno anunciando los productos en las plazas de los pequeños pueblos.

En resumen, había un constante movimiento durante todo el año. Los de aquí iban a buscar el vino a Valladolid o a La Rioja; los de Castillería y La Pernía bajaban a San Salvador a buscar pan y piensos. Los de Cantabria subían a la Venta Urbaneja a por el vino de Secundino. En este punto rezaban las “Ordenanzas”:

El vino que han de traer para abastecer la villa
ha de ser de los terrenos que en el contrato se citan:
Del Infantazgo de Ampudia, Madrigal o Tordesillas,
y lo venderán al precio que los regidores digan.

También se refería a ello nuestro poeta local Gabriel González, en un verso donde dice:

El que haga de tabernero en esta villa y Concejo,
habrá de dar vino nuevo a igual precio que lo viejo.

Aunque soy joven todavía –lo era cuando escribía estas líneas– recuerdo los famosos “trueques”, donde intervenían los frutos secos, cerezas, manzanas y, entonces, nuestra ricas patatas. (No me refiero a la patata de Comercio, sino a la que servía para el arreglo de cada casa).

Otra imagen que también se ha ido perdiendo (no sé qué habrá sido de tanto meritero), es la de la trashumancia. Aún ocupan en la actualidad las Sierras de Herreruela, la Abadía de Lebanza y los Puertos de Cortes y Pineda. Estos hombres entretenían su tiempo libre en la elaboración de utensilios de cuero o de madera; incluso, hacían calcetines de lana. Algunas personas siguen haciendo este tipo de calzado, que luego utilizan para compensar ciertos favores, también como regalo para sus familiares. Todo esto forma parte de un movimiento que tuvo su importancia fundamental para las relaciones entre los pueblos y que contribuyó así a un mejor conocimiento de nuestros mercados y productos y que, sobre todo, fue decisorio en las relaciones humanas. Para recuperar aquella tonalidad está el verano. En este tiempo se reproduce el comercio de la amistad. Esta no se pregona, ni se vende; hay que ganársela poco a poco. Interesa que los amigos sean buenos aunque sean pocos. A este respecto decía uno de los personajes de José Hierro:

“Su esperanza no la cifren
nunca en corazón alguno.
En el mayor infortunio
pongan su confianza en Dios;
de los hombres sólo en uno,
con gran precaución en dos”.

Debemos en estas horas ir aunando voluntades para dejar atrás rencillas viejas, errores por los que siempre queremos juzgar a las personas.¿Vendrá otro invierno malo?¿Lloverá?¿Seguirán diciendo las autoridades norteñas que no conocen en profundidad el asunto del pantano de Vidrieros? En medio de este tiempo habrá una ola de desencantos y desencuentros, como siempre, aunque en el fondo aflore el comercio de la amistad dormido durante tanto tiempo.


Imagen: Pumar59
EL FOLKLORE | ENSAYO
Reading Time:

16 julio 1986

Introducción al verano
julio 16, 19860 Comments

Se acaba la leyenda. Repetimos un día tras otro las frases que ayer se hicieron tinta fresca. Importa que se citen, que vayan y vengan de unos labios a otros, que se extiendan como la vieja publicidad, de boca a boca, y alcance la montaña su verdadero lugar en esta historia.


A lo mejor estamos sacando brillo a unas ilusiones que no tienen futuro, que no serán mañana, porque la montaña se mueve con las gentes que habitan en ella y allí sigue brotando silencio y mudas resonancias. Cuesta mucho, es verdad, hacer que suene algo, pero tengo el presentimiento de que lo estamos consiguiendo. Por eso se doran las palabras, que se vayan incrustando en el alma de los gobernantes las necesidades, para que no se olvide lo que fuimos o lo que tuvimos y aportamos; para que no echemos más desaliento sobre esta tierra que goza, —lo digo convencido—, de un prólogo para la paz. Está escrito en el aire, está escrito en esos rostros arrugados, está presente en esa cantina de la esquina, en esas fiestas del verano, en esos bolos del domingo, en esos juegos de la escuela.

Todo se repite en la mente, en los escritos, y da la impresión de que el mensaje queda ahogado, como materia desechable. La montaña palentina —repetimos—, es un verso, una canción, una esperanza. Pocos caminos existen que conduzcan al cielo, qué es el cielo. Aquí se palpa la belleza en toda la extensión de la palabra y el pecado de omisión es una ofensa permanente. Hay lugares preciosos, hermanos nuestros, castellanos; nos consta que existen pueblos de idénticas raíces y que también están sufriendo, por lo mismo, olvidos similares. El futuro nos reserva muchas sorpresas, aunque a menudo me griten: “esto no da para más”. La crónica de una muerte anunciada es un hecho palpable, sólo que, en medio de toda esa laguna, por encima de ese “rumiar” escenas miserables, hay algo todavía auténtico que permanece, que abrasa la garganta de los viajeros más selectos: la belleza. El paisaje sintoniza con todas las corrientes, con todos los gestos. Nunca pasa de moda. Pueden pasar los ritos, las leyendas, pero la esencia permanece. La imagen está clara. Yo la comparo con el Grupo de Danzas de Arbejal. Hay infinidad de grupos en nuestra provincia con más experiencia, con más categoría, pero nuestra comarca habla por sus bocas, por sus manos, entre panderetas y dulzainas, entre sardinas a la brasa y viento nuevo:

No compres mula en Logroño
ni en Santo Domingo el paño,
ni mujer en La Pernía,
ni amigos tengas en Guardo.

La mula te saldrá falsa
y el paño te saldrá malo,
la mujer será celosa
y los amigos contrarios.


Agua —que ya cantó una compañera que hace versos—, quiero agua que me cubra todo, que lleno de verdor estos huertos. Porque el agua en la montaña es como el vino en la taberna. Y estamos en la ruta de los pantanos. Tengo ante mí la copia de la construcción del pantano de Camporredondo. Mampostería del Espigüete. "La ejecución —señala el autor del proyecto— fue bastante rápida, permitiendo el sistema de mampostería mamportado y el empleo de gran volumen de piedra de cantera". “El presupuesto total se elevó a 10.181.746 pesetas. Del citado importe deberá resarcir al Estado en la cantidad de seis millones que ha de reintegrar la Sociedad Española de Explosivos cuando tenga terminadas las siete concesiones de saltos de agua en el río Carrión, en el recorrido del pantano hasta Saldaña.”

Aunque por diversos motivos me muestre contrario a nuevas presas (el paisaje está ya calculado) perderían estos pueblos todo su efecto mágico sin este componente. Y digo que el terreno ya está medido. Nuestros ojos se han empapado de él y lo necesitamos como está, sin suprimir ni aumentar nada. El viajero que llegue hasta Camporredondo se encontrará compensado de las molestias naturales de la excursión, con la contemplación de un panorama espléndido. El agua es, como las bicicletas, para el verano. Que nadie tema por él, porque la escasez no es consecuencia de la ausencia del animal, sino de la mala recogida en muchos casos. Desde la Fuente del Cobre, en los Redondos, pasando por la fuente del “Piojo”, en Polentinos, hasta las “fuentes de la salud”, “fuente de la buena madre”, “fuente de El Col”, “fuente de hierro”, “Fuente de San Roque”, y, acaso, la más pura de todas, “la Fuente de Lebanza”. Sirvan estas letras de invitación a ese verano que ya se palpa en el ambiente. Metámonos en el verano. Sacudamos esas briznas de hipocresía que sin querer campean en nuestros labios. Demos esa alegría a nuestro cuerpo, porque la paz empieza por uno mismo y aquí la paz está reñida con el aire.

Reading Time:

09 julio 1986

Ritos y miedos
julio 09, 19860 Comments

La sociedad, la nuestra, de los pequeños pueblos, ha experimentado un cambio profundo en sus formas de expresión y de vida. Hemos estado envueltos durante mucho tiempo en un incontable número de ritos que van más allá de un acto simple y rutinario, y que, por esa misma causa, nos han desconectado de las nuevas corrientes.

Hemos vivido profundamente inmersos en nuestro propio simbolismo. El folklore no es sólo un tipo de baile o de música —eso está claro— y lo digo porque, cuando a nosotros nos hablan de un festival folklórico, enseguida lo asimilamos con cualquiera de esos grupos que durante los meses de verano llenarán las fiestas de los pueblos con sus trajes y jotas. No se reduce éste a una parcela o a un estilo en concreto y es por eso, quizá, por lo que nunca muere.




Desaparecen unos ritos y surgen otros, a veces totalmente diferentes, lo que ayuda a comprender las tendencias y los gestos en las diferentes épocas de la vida. El académico Julio Caro Baroja nos habló de ello a través de sus investigaciones y son muchos los autores que se han dedicado de alguna forma a estudiarlo. (1) Con frecuencia alimentamos nuestra fe a base de milagros. A veces, no trascienden, ni siquiera serviría esta definición para explicarlos, pero sí, incluso en estos pequeños pueblos de provincia donde parece imposible una aparición, han existido versiones y creencias que vienen a sumarse a uno de tantos cuentos o leyendas que en la zona se han dado. En torno a Fátima o a Lourdes se levantaron monumentos y allí acuden millones de personas llenas de fe, dispuestas al mensaje de esperanza, con la ilusión de recibir la gracia o la curación a enfermedades que han sido arrinconadas por la ciencia o por la medicina milagrosa (curanderos).

Una historia similar tuvo su orígen muy cerca de Bilbao, en Umbe. A raiz de un reportaje en la televisión aumentó considerablemente el número de visitantes y fueron muchos los que a diario (cuando se publicó por vez primera este artículo) solicitaron información desde todos los puntos del país. Según parece, la Virgen quiso erigir allí un Santuario. Las personas que recibieron el mensaje en aquél caserío hablaban de levantar un monumento en pocos años que hiciera historia, aunque no faltaron discrepancias y dudas en torno a quienes se fueron sumando a este proyecto. “¿Querrá la Virgen tanta suntuosidad en unos momentos de tanta crisis?” —se preguntaban. Pues bien, he aquí que, un día se apareció la Virgen en uno de estos pueblos. Era una Virgen de madera, naturalmente. El pueblo hizo procesiones en su nombre. La trajeron del monte hasta la Iglesia. Otro día desapareció. (Esta vez el milagro estaba más entregado a los manejos) ¿Alguien quería meterle miedo al pueblo? ¿Alguien pretendía devolverle el sentimiento religioso? No lo sé. No lo sabemos. Lo cierto es que, en aquel lugar se construyó una ermita para que la leyenda no se quedase sólo en eso. Es decir, lo mismo que en Lourdes, pero sin visitantes. Después de aquella euforia, pasados unos años, la imagen se vendió por 30.000 pts. La ermita se acabará cayendo y muchos de los lectores pueden pensar que aquí se termina la historia. Y piensan mal, porque el rito continúa. Las mujeres y los hombres cuando van de camino a los prados de la Sierra siguen echando allí monedas. Tal vez se trate de una peseta o de cinco, que molestan en uno de los bolsos, pero nadie ignora que puede tratarse de una ofrenda sincera. (Tampoco sé si se habrá llenado ya la ermita, o para qué se utiliza aquél dinero, ni quién lo saca, ni adónde se lo llevan).

Hace algunos años, en un artículo remitido al Diario Palentino, y publicado en las páginas especiales del sábado hacíamos referencia a viejos rituales para atraer el agua hacia los huertos. Estos años la tristeza de la tierra no es menor que entonces. Sería necesario hacer una rogativa con mucha fe. Y lo digo, porque recuerdo la anécdota que me contaron en la Castillería, cuando el cura (lo hacía todos los años), salió con el hisopo a bendecir los campos. Cuentan que al siguiente día cayeron unos granizos como piedras. Hace unos años, cuando el País Vasco quedó inundado por las aguas, algunos se apresuraron a exclamar: “¡Ha sido un castigo de Dios!”. Lo mismo dijeron cuando un vecino se rompió una pierna el día de los Santos recogiendo “cachizos” o cuando otro murió mientras laboraba el día de San Roque.

Mucho más allá de ese respeto que las imágenes o los milagros nos infunden, hay una condición de miedo: miedo al castigo, miedo a perder nuestro pasado, miedo al presente, miedo a no encontrar el camino; miedo, en fin, a las sombras, a perder la identidad de nuestro pueblo. Pero, ¿sirve de algo apresurarnos a escribirlo? Vayamos con serenidad analizando las metas propuestas, los cambios operados, el rigor de cuanto ya se ha recuperado para la historia en Discos, Libros o Museos. Capítulos para la historia de nuestro libro de folklore aún inédito.

_________

(1) Folklore y Costumbres de España, de A. Machado y Alvarez (1885); Navascúes (1931); Manual de Folklore, de L. de Hoyos Sainz, (1947).

(2) Revista Internacional de Estudios Vascos.
Centros de Estudios en Galicia y Asturias. Museo Etnográfico de Barcelona.


Reading Time:

07 julio 1986

Las raíces
julio 07, 1986 2 Comments

Nuestras vidas son los ríos… hermosos versos de nuestro gran poeta que nos sitúan –nunca mejor dicho– en el marco idóneo para arrancarnos. Pues no hay mensajes nuevos. Se pueden aportar frases distintas para expresar idénticos sonidos, las mismas leyendas, ritos, bailes, tradiciones y un largo etcétera de momentos que hablan de nuestra vida. Lo que sí es cierto es que, el folklore, hoy, comprende infinidad de movimientos y expresiones. Yo me atrevo a decir que esta materia trata de la vida en su más amplio concepto.[1]




Por los cuentos se inicia el gran estudio del folklore. El cuento que, más allá de la literatura, lleva un mensaje humano, un acercamiento a la realidad sin ser ella misma, una aproximación a tantos y tantos valores como se nos escapan a diario de las manos. Yo no sé si los contadores universales han pretendido lanzarnos el mensaje; desde luego, son muchas y diferentes las versiones que se han hecho de leyendas y cuentos con arreglo a esa sociedad que va mudando de costumbres, pero lo que sí parece destacar en todos ellos es el desarrollo de los sentidos, el acercamiento a los fenómenos extraños, la explicación de algunos mitos que aún permanecen vivos en nuestro entorno. La palabra folklore parece destinada a recoger otras facetas de la vida. Así, tiene contactos con la Economía política, con la historia de las Instituciones, del Derecho, de la Literatura, de la Tecnología, sin confundirse con ellas. Cada autor va incorporando nuevas facetas a medida que surgen nuevas ramas hasta llegar a nuestros días, donde este campo toma contacto con todo aquello que se mueve. El estudio abarca los más variados aspectos; [2] desde las creencias hasta los almanaques, pasando por la técnica, señales, vestidos, alimentos, danza, poesía, relatos y un largo número de géneros, pueblos y familias. Siempre desde un plano puramente especulativo he repasado los cambios que se han producido en esta materia, el significado de ciertos ritos, que hoy también tienen su consistencia y arraigo en algunos países y, aunque acudamos a los libros desde un plano personal y orientativo —como pudiera hacerlo cualquier ciudadano de su casa— me ha par­­ecido necesario hacer estas precisiones antes de introducirme en nuestra zona, un pedazo de tierra insignificante —si se quiere— pero donde hay evidentes señales de un folklore inmensamente rico. ¿Ejemplos? Muchos. Hace unos años conocí a un profesor que actualmente reside y ejerce en Barcelona. Le gusta investigar y descubrió en un lugar apartado de La Castillería vestigios de un pueblo Celta.

Los libros escritos sobre la Montaña Palentina no profundizan en estos aspectos, pero sirven, sin duda, de orientación a todos esos estudiosos y expertos que tanto se hacen de rogar. No hablan de la gran cantidad de molinos que existieron en estas comarcas, lo que denota el movimiento que aquí hubo y la importancia que debieron adquirir en algunas épocas de la historia estos pueblos hoy casi despoblados, de cara a los embarcaderos que nos llevaban hacia Europa. Lo cierto es que hay una historia candente por descubrir aún, lo que serviría para ampliar las referencias y el interés por nuestra zona de montaña. He pasado estos últimos años de mi vida entre estos pueblos que me vieron nacer, entre estos misterios, al borde de tantas inquietudes como aquí palpitaron, y es hoy, al escribir estas letras, cuando miro sorprendido hacia atrás, hacia la indiferencia que el maravilloso entorno nos depara y, sobre todo, al interrogante, a la explosión de gozo, a la historia que estos documentos pueden aportar hoy, encarados ya al nuevo siglo. ¿Acaso no tenemos motivos para estar orgullosos? Y ansiosos, porque todos estos capítulos forman parte de una larga travesía por la vertiente de nuestro libro de folklore aún inédito.¦

_____________

[1] Aunque la palabra naciera con el romanticismo, no pueden negarse los hechos que vienen sucediendo desde el principio de los tiempos. Así tenemos, por ejemplo, Pausanías y su “Descripción de Grecia”; Montagne, y su “Viaje a Italia” y otros como Browne (1646), Thiers(1677), Macpherson (1780), Herder (1791) y los hermanos Grimm (1810), con sus “Cuentos Populares”.

[2] Los libros nos hablan del francés P. Sebillot y sus “Cuentos Populares de la Alta Bretaña”, director que fuer<a del inventario de folklore francés (1904–1907); “El cielo y la tierra, el Mar y las Aguas”, “La Fauna y la Flora”, “El pueblo y la historia”. Se habla también de grandes folkloristas, como Charlette Burne y su “Manual de la Sociedad Británica de Folklore”(1914). 

Imagen: La siega en Junio, por Pumar59

Más imágenes en Facebook

Reading Time:

06 mayo 1986

Entre el fuelle y el fuego
mayo 06, 19860 Comments

Estos latidos que ofrece Froilán De Lózar son el silencio de un caminante bajo la soledad deseable de los campos, el timbre de los “Viajes, Modos y Recuerdos por el norte palentino”. La palabra rescata el tiempo perdido, levanta el paisaje de las soledades, abarca horizontes con las pupilas del sol. El entorno, la montaña, las estaciones poéticas, se someten aquí a un rocío de sublimación. En efecto, la comunicación lector/autor es crepuscular, hay un sentimiento de luz que acrecienta la libertad de las águilas.

Aunque los años se lo lleven todo, quedan estos narradores como virtud protectora del poemar. Las vivencias del escritor golpean los labios de la indiferencia, nos llaman al orden, recuerdan un montón de páginas que se encuadernan en el olvido. El pensamiento de un poeta/cronista, es lluvia fina sobre verde. No le duele prendas mostrarnos los puñales desgarradores de tanta armonía herida. Lo hace on tacto. En tono reflexivo. Siendo memoria, siendo parte, siendo añoranza con el enorme huracán de los puñales: “…he vuelto al norte y he vivido la tierra tal y como la siento…”El reflejo de la realidad nos llega de la mano de alguien que sabe florecer como los árboles, espejo de latidos que unas veces se entusiasman como el alba y otras se decepcionan como linterna callejera en la noche de lobos. Aquellos pueblos batidos por la nieve, aquellos entornos geográficos de rosas vírgenes, aquellos ríos cristalinos que descansan entre las venas de un pueblo desaparecido; ésto y mucho más se puede paladear en la oportuna y nívea edición de “últimas crónicas del norte”.Ya me gustaría haber iluminado el camino. ¡Que ustedes lo disfruten!.

Victor Corcoba, crítico, Granada, 1992


Me quedo contemplando la alborada que se lleva la magia y escribo bajo el influjo de una moderna noche de San Juan. Habrán caído los palos y sólo quedará un rastro de cenizas cuando este artículo llegue a vuestros hogares, aunque habrá gentes nuevas que salgan a revivir este folklore cuando el calendario se doblegue a su antojo y San Juan vuelva a recodarnos que estamos entre el fuego y el fuelle, ante la llamarada, que no es un espejismo, que la escena es un canto a la noche del mundo…Vayamos sin demora al oficio del fuelle, que lo nuestro es soplar para avivar la llama que se esconde. “Pegó el fuego con la leña, ya no son menester fuelles”, escribió Moreto, pero, el fuelle en la Montaña ayuda diariamente a encender esa lumbre de familia, que aliviará las penas del momento, bajo la cual se trenzarán historias, milagros o pócimas por los que puede quedarse relegado ese invento de la televisión, que siempre nos martiriza con idénticos rostros, con noticias de miedo, con bandas desalmadas que hacen de la libertad un estrecho camino, con seres de ficción y misterio.

El fuego es capaz de unirnos en el amor y en el dolor, cuando despunta el día y habla el rocío por los campos, cuando llega la noche y el viento se mete por todos los resquicios. Los antiguos habían divinizado el fuego en la persona de Vulcano y los modernos han representado a menudo este dios en las alegorías de los elementos. En la Edad Media, la salamandra fue símbolo del fuego. Los persas quemaban fuegos perpetuos en honor de Ahura–Mazda. El culto del fuego se ha perpetuado entre los parsis. Los griegos veneraron los efectos del fuego en Hefestos; y en Roma, a las vestales se las confiaba la guardia del fuego perpetuo del templo de Vesta. En la montaña, el fuego —como tradición que aún se revive cada año—, alimenta la Pasión de la Semana Santa. La noche del Viernes Santo, las hogueras alrededor del pueblo invitan a un recogido rezo. Canta el pueblo a la luz de la llama. Hace corro junto al fuego, como en familia, recordando en voz alta el Viacrucis personal de cada uno, que a veces es terrible. El fuego de la risa en cualquier punto, en torno al cual se devoran unas patatas cocidas que se “roban”, y es un robo sin malicia, un hábito sin desperdicio, una costumbre que rompe la rutina del ordeño y del bar, del bar y de la siega. El fuego de la amistad bajo cualquier techumbre, donde un grupo de amigos y vecinos comparten la “chuletada”: se enrojecen los dedos y la lengua, porque la carne abrasa, y entre brasas y vino, sin remilgos, sin escrúpulos, el fuego hace que nos sintamos limpios, hermanos, diferentes…Pero el fuego también indeseado, que se ha llevado las haciendas, que ha roto las tertulias.

Quedan rescoldos debajo de las piedras, porque aquí, en la montaña, una casa, por vieja y desvencijada que se encuentre, tiene valores incalculables, más, acaso, que en ningún otro sitio. Y no me estoy refiriendo a los valores de dinero, a joyas o modelos. No. Me refiero a yugos heredados, a pasillos desnudos donde se labran las raíces del individuo, donde aletea la esencia de nuestros padres y antepasados, donde se refuerza la tradición y el apellido. Si el fuego ha servido para cauterizar las más diversas lesiones –ante la ausencia de otros elementos y pomadas, aplicado, eso sí, de una forma brutal–, el fuego ha servido para abrir las heridas internas, las del alma, aplicado por un descuído de muchachos al prenderse los “sarros”, al entrar en contacto las llamas con vigas de madera, o por otras razones que dejan en la calle a los sentidos viejos. Es como morirse de repente. Perder una casa de esa forma, es lo mismo que perder el pasado, la identidad, el legado, la historia que heredamos y vivimos. Fuego que hiere, que redime también. Fuego que, junto con la fabricación de herramientas, es uno de los criterios de la humanidad. Culto y miedo, entre fuelles roñosos y soplidos de viejas montañesas. Folklore vivo. Brasa candente sobre la carne tibia que hace mella para siempre en el cuerpo, que deja una señal para la vida, donde se escribe el nombre de los pueblos. A fuego y sangre repican las campanas. El invierno se mueve lentamente y se teme que las llamas hagan hueco en el monte… A intervalos, la mujer coge el fuelle y exige el movimiento de las llamas, que iluminen la casa, que abracen los cachizos, que la noche adquiere todo su sentido en el hogar, en la montaña, ya sea amor o dolor lo que respire el cuerpo. Unidos todos junto al fuego, tratemos de cerrar las heridas, abramos las compuertas del gozo, que nada quede entre tinieblas. La vida es una, es única, vivámosla entre el fuelle y el fuego.

@Folklore, para "Diario Palentino".


Reading Time:

28 enero 1985

Sobre el autor
enero 28, 1985 2 Comments

Froilán de Lózar es escritor y publicista. Fundador de la revista literaria Pernía (1984-1988). Fundador y administrador de Curiosón. Ha colaborado en numerosos diarios y revistas con artículos y entrevistas: Diario Palentino, Norte de Castilla, Noticias de Palencia, Alerta, Diario Montañés, Gaceta del Norte, Cascajera... fundamentando toda su obra en "La Montaña Palentina". En la actualidad, tiene una columna semanal "La Madeja" en el "Diario Palentino".
Es autor de numerosos cuentos y novelas, una de las últimas "Rueda de traficantes", escrita mano a mano con el autor vasco Xabier Gereño.
Froilán ha sido premio de periodismo "Ciudad de Palencia". II Premio Internacional de Poesía Diego de Losada (Zamora). Premio Nacional de Novela Corta "La Tribuna de Castilla" (Valladolid), con la novela "La guerra de los torpes".)1998


Publicaciones

Reading Time:

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *