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Ver dos veces las cosas

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Nace esta selección de artículos, publicados en el Diario Palentino, bajo la prescripción de diez mujeres estupendas. Es cierto que yo las he tentado al invitarlas, pero han abierto el borrador y enseguida se han sentido cómplices de la historia. Para algunas era una historia desconocida; para la mayoría, era volver a leer de nuevo, quince o veinte años más tarde, encontrando mil razones para gritar conmigo, las vicisitudes por las que pasaron sus habitantes, las relaciones con otros pueblos, el esplendor de su naturaleza que lo trastoca todo. El prólogo es miel para mis sentidos porque, sin marcar pauta alguna, han entendido lo que he repetido en tantas ocasiones, a veces, consciente de que no servirían para nada mis gritos. Sólo quien me conoce de verdad, sabe mi entrega en cuerpo y alma a remover la historia de esta tierra. Y es verdad, debo decirlo, que no estoy satisfecho, que no estoy relajado, que falta mucho por hacer, que es probable que nunca llegue lo que necesitan estos pue

Ver para creer

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No hay nada imposible. Lo sabemos, pero nos negamos a aceptar que pasen cosas extraordinarias en esa especie de biombo en el que transcurre nuestra vida. Nevó en Madrid después de siglos. Mucha gente tuvo que abrir y cerrar los ojos muchas veces porque pensaban que aquello no podía estar pasando allí. Incluso, hubo negacionistas empeñados en afirmar que aquella nieve era distinta, que aquella nieve era mentira, que aquello no era nieve y que a otro perro con ese hueso. Dice un refrán castellano que para creer no hay cosa como ver, pero ante esa ola de negacionistas ya se ha quedado viejo, porque lo ven, lo tocan y lo niegan. Y parece que tienen derecho a poner en entredicho todo, aunque sean cuatro contra el mundo. La casualidad quiere que la película de la nieve que nosotros experimentamos cada año; que en muchas ocasiones padecimos, algunas bajo mínimos; carreteras cortadas durante días, algunas veces semanas; paleando tejados para que no se hundan, abriendo caminos porque hay lugare

La Residencia

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Complicada la madeja que traigo. Ingresar en una residencia y perder la vida. Esa es la sensación que a uno le queda después de leer el reportaje de Sara que nos cuenta la huida de Eugenia, una mujer de 72 años que ingresó en una residencia de Madrid y se escapó a la primera oportunidad: “Prefiero vivir en la calle”. En 2007, en un momento crítico en mi vida, hice el curso de Auxiliar de Geriatría. Cada mañana, durante tres meses, viajaba en autobús hacia Durango. En aquel centro, Onintza nos condujo por el aparente cambio de vida que supone el ingreso en una Residencia. Nosotros nos preparábamos para ayudar en su tratamiento, cuidando las posturas que adoptamos para moverlos y la buena disposición para hacerles la vida más fácil a quienes ingresaban. Yo tenía fuera el ejemplo de dos personas a las que quería: mi padre, que ingresó en el asilo de Aguilar y que durante algunos años tuvo la suerte de pasear varias horas al día por la villa, hablando con la gente que conocía, visitando el

50 años de La Olmeda (II)

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Uno siempre lo espera todo al llegar a un lugar como este, en Pedrosa de la Vega, a pocos kilómetros de Saldaña. Para la prestigiosa revista National Geographic, se trata de uno de los doce mayores descubrimientos de la arqueología moderna. En abril de 2009 se abre al público, y quienes participaron de aquella empresa, se sienten reconfortados con el premio Europa Nostra un año más tarde. Aquel día de primeros de julio de mil novecientos sesenta y ocho, varios hombres, entre los que se encontraba el verdadero impulsor, intentaban descubrir dónde tropezaba el arado. Al quitar la tierra dicen que apareció un muro de piedra y al seguir profundizando, apareció el mosaico de una de las galerías del palacio romano." Una villa con una superficie de 4400 m2, 35 habitaciones repartidas entre la vivienda principal y los baños y 1450 m2 de mosaicos que constituyen uno de los mayores atractivos. El descubrimiento se fue haciendo tan grande y, probablemente, tan costoso, que Javier, qu

El lobo de Bernardino

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Leyendo el romance de “La loba parda”, que a primeros de la década de los ochenta recitaba el vecino de Osorno, Emiliano Melendro a Joaquin Díaz, me vienen a la memoria algunas historias que me contaron más arriba. Al tío Antonio le mataron los lobos un burro en la Vega de Arriba. “Déjale que se joda –decía–, que así aprende para otra vez”.   Mis padres me contaron hace poco que en Olleros una yegua nunca llegaba a casa. Le salían al encuentro los lobos y al animal le servíade parapeto un gran espino. Cansado el dueño de su desobediencia, ignorando que aquel matorro era su vida, lo cortó y una noche la comieron los lobos. Estos años de atrás, los pastores trashumantes culparon a los lobos de haberles matado cien ovejas en la Sierra de Brañosera y Faustino Varona contaba en una de sus últimas crónicas desde Valderredible, cómo se organizaron batidas en octubre abarcando toda la Sierra Salvada sin haber logrado los vecinos objetivo alguno. Dice nuestro cronista que el pastor de Lante