Laureano en su larga semblanza alaba las cualidades de Raimundo, tío por parte de madre de Alfonso VIII, el de las Navas, que -según refiere- será quien amplíe y reedifique la iglesia del monasterio de la Abadía entre 1180 y 1185. Consta que es en 1181 cuando el emperador se lo dona a su tío, haciendo extensible el legado a los que vinieran después. Otros autores, como Rafael Navarro, señalan como artífice y promotor verdadero al conde Rodrígo Gustioz y diversos investigadores citan también con algún tipo de responsabilidad a Pedro Caro. Ya hemos hablado en varias ocasiones de los dos capiteles que vendió el siglo pasado el propietario que adquirió la Abadía y que se conservan en el Fogg Art Museum de Harvard, único legado que queda de aquel tiempo.
Pero el asunto del poder no es sencillo de descifrar aquí y tampoco es materia en la que yo quiera embarcarme en este recorrido. Yo vengo a despejar las dudas sobre el conocimiento real de la situación en la que vivían entonces, por un documento que traduce del latín Laureano y que añade al final de la charla ofrecida en Palencia a propósito de los beneficios que en la Edad Media reportó el señorío temporal de los obispos.
Como las gentes de los pueblos, hoy más que nunca, sentado al amor de la lumbre, mientras contempla cómo cae la nieve que lo cubrirá todo y piensa en la gente que carece de hogar, escribe entre otras cosas: "... Es cosa pesada y miserable que los hombres vivan sujetos a servidumbres y no tengan potestad de disponer de sus bienes en vida y en muerte... /y es por ello que ordenamos, que todos los solariegos de Santa María que hubiera en Bergaño, del más alto al más bajo vivan libres e inmunes de toda mañería..." y añade un sin fin más de privilegios y prebendas.
Pero es curioso cómo cambian las tornas, o como a pesar de la pena que nos producen tantas situaciones en la vida de los demás, viene a renglón seguido el pago condicionado para disfrutar de esa libertad que supuestamente nos entregan sin cargo. Y escribe el señor obispo en lo que a Laureano le provoca ternura: "Sin embargo, todos los años traiga cada uno veinte panes de trigo y un carnero añal o un tocino y dos pozales de buen vino, y si tuviere asno u otra bestia, traiga vino de Liébana tres veces al año...". Y nuestro paisano Laureano le sube a los altares porque en aquella misma "emocionante" carta mientras con una mano entrega la libertad a sus vasallos, con la otra invoca la caridad y el auxilio de los fieles para reedificar la iglesia, el claustro y los albergues de Santa María de Lebanza…
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