Reviso los artículos de mi gran amigo Luis Guzmán y me sumo al homenaje por la figura de su padre, fallecido en Julio de 1944, a los 40 años, cuando su cenit brillaba en lo más alto como director de la Banda Municipal de Sevilla, cuando sus obras comenzaban a señorearse por Europa.
Conociendo la gente y la tierra, que ya no es como era, seamos sinceros, me los imagino sentados en algún rincón, al socayo de alguna tenada y entre copla y copla un buen chorizo y un buen porrón del vino de La Venta. De allí salen, entre otras, un centenar de armonizaciones: “Una boda en Tremaya”, “A la boca de una mina”, "Aunque soy de la Pernía", “Por la escalera yo vi”, "Viva Lores", "Las mozas de Cornoncillo", "Da la vuelta bailador”, “El Pericote”, “La carrasquilla”, “El Trepeletré” o El Cuevanito, cuya titularidad tanta polvareda levantó con respecto a Cantabria, conflicto que abordé hace unos años y que los lectores curiosos podrán encontrar en la hemeroteca de este diario. De aquellos velatorios salen coplas que irán engordando nuestro cancionero:
Buenas mozas en Moarbes,
mejores las de San Pedro
pero las que hacen la raya
son las de Quintanatello.
En Areños matan perros,
en los Llazos comen de ellos.
En Tremaya la fritada,
por ser gente regalada.
De allí vamos a Celada
que es lugar de muchas viejas,
hacen platos escudillas,
hacen husos, pintan ruecas.
En noviembre de 1958, Francisco Torres, de San Felices, le dicta "La Petra cuando va a misa". Torres, que se lo dicta el mismo año de mi nacimiento, a los 58 años, era en aquel pueblo como Honorio lo fue en San Salvador, o como Graciano, el cartero, lo era en Estalaya, como Pepe en Polentinos, como Eliseo en Casavegas... Cada uno con su personalidad a la que no le faltaba el chascarrillo. Y como ellos, muchos personajes anónimos que son los "culpables" de que hoy podamos recordar el variopinto folklore que formó parte de sus vidas y de las nuestras.
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