Jesús Calleja, ese intrépido aventurero leonés, viajó a Soria en uno de sus últimos programas, consciente de que viajaba a una de las zonas más deshabitadas de Europa, también, por qué no contarlo, a uno de los patrimonios históricos y arquitectónicos más ricos del país. Triste paradoja que, allí donde te sorprenden las preciosas panorámicas que contemplas desde la Sierra Cebollera, o puedas ser testigo de cómo la historia parece detenida en Calatañazor, sólo nos lleve la triste estadística de la despoblación. Pero no puede uno por menos de hacerse la pregunta, poniéndose en la piel de este controvertido aventurero: ¿interesa solucionar el drama de Soria, y ya por ende el de todos los puntos atrapados por esta enfermedad, porque nos preocupa realmente, o interesa destapar el drama de Soria porque así nuestro programa y nuestros proyectos vuelan alto?
Lo tenemos bien cerca. A mediados de octubre, Aguilar de Campoo se llenó de congresistas. Venían a documentarnos sobre despoblación. Es como una provocación. En el fondo nos están llamando tontos de capirote. Pringaos que ignoran que sus pueblos se están quedando vacíos, que no tienen ni pajolera idea de las causas de este bestial despoblamiento. Porque antes se marchaba la gente en busca de futuro, pero, ¿en busca de qué futuro van a ir hoy, si ya no queda de eso en ningún lado?
Y mal podemos poner remedio a esta sangría si no sabemos que donde ayer hubo cien hoy quedan diez. Pobres ilusos que, siempre hemos pensado que esta hecatombe era temporal, que no necesitábamos el apoyo de nadie para mantenernos, que un pueblo no se muere porque se nos ocurra a nosotros pensarlo. Y que esta muerte no tiene nada que ver con la que conocemos. De esta muerte se sale, aunque nosotros ya no lo veamos.