Un grupo de intelectuales encabezado por "Peridis", la poetisa Amalia Iglesias, catedráticos, profesores y periodistas, firman un escrito que recoge el periódico "Carrión" en la segunda quincena de marzo: "Campoo–Los Valles, zona amenazada".
Ya estaba yo pensando en mi locura, dándole vueltas a mis juicios, renegando de algunas opiniones vertidas, seguramente en una especie de estado catatónico, cuando motivados por las voces de auxilio y los programas de protesta lanzados por los ecologistas comienzan a generarse dudas y preguntas de un amplio colectivo de personas vinculadas de algún modo a Palencia. Esto me distrae, cuando menos, alimenta la bandeja de los artículos venideros y me deja tranquilo respecto a ese pensamiento negro que en forma de fantasma viene a pedirme cuentas.
La duda es un escollo que, hagas lo que hagas, aparece en el horizonte y no encuentras a nadie que pueda despejarla. Tu familia te ve muy implicado para nada que ganas, tus amistades encuentran divertido un sermón semanal en el "Diario Palentino" y, la indiferencia de la mayoría de los que viven aquí, y están expuestos a ese peligro de empresas que contaminan o de abandono y olvido en otros aspectos, te lleva a preguntarte si merece la pena, para qué sirve el pataleo y adónde nos conduce el manifiesto y la preocupación, que bastante tenemos allá donde vivimos como para meter la cabeza en asuntos de los que, por error, ignorancia u orgullo, pasan olímpicamente aquellos que son en realidad los que deben enfrentarse a ellos.
Desde que el mundo es mundo, el hombre ha tratado de dominar la Naturaleza. Sabemos que la ambición del ser humano no tiene límites: desde la economía de aprovechamiento, de la recolección de frutos naturales, hasta la consumista y tecnificada que ahora mismo nos invade en todos los aspectos. Tales actividades se han venido desarrollando sobre el mismo suelo, bajo una misma atmósfera, a orillas de los mismos ríos, cultivando los mimos productos y defendiéndose de las mismas plagas; explotando las mismas minas hasta dejarlas agotadas...
En el caso de la montaña palentina nos sorprende el cambio tan brutal de un mundo que, merced a ese alejamiento padecido, a sus duros inviernos, a su mala comunicación, lo que menos esperaba era que alguien se fijase en ella para instalar aquí una empresa de la índole que fuera. "Para este viaje –dicen los que se levantan con uñas y dientes contra los proyectos de Barruelo y Mataporquera– sobraban las alforjas".
La técnica, que ha favorecido y acelerado el proceso destructor en otros lares, amenaza a nuestra zona, ahora que, paradojas de la vida, parecía más protegida que nunca con el nombramiento de Parque Natural. Un lector que me sigue, se hace la siguiente reflexión en un largo texto que remite a la redacción del nuestro diario: "Hay que ser realistas. Hay que defender lo que queda. Según se mire, puede ser mucho o poco. Nos queda el entorno natural, de momento. Esperemos que los especuladores que nos lo quieren arrebatar tarden en venir".
Claro que, para evitar todo accidente y para que la mencionada especulación no se produzca, lo más cómodo es impedir que una empresa eche a andar sin concederle el beneficio de la duda.
Si en Madrid, en Barcelona, en Bilbao y en tantas otras ciudades se hubiera tenido tanto en cuenta el humo y los peligros para la salud que conlleva trabajar en muchas fábricas, es posible que la revolución industrial no hubiera cambiado tantas cosas. También se muere en la carretera. El tabaco también mata.
Especular también es censurar. Para crecer y avanzar hay que arriesgarse. Si hay empresas, hay trabajo, hay familias que vivirán aquí y entonces se pensará en escuelas, en hospitales, en carreteras, en servicios. Y levantar la voz para que se nos oiga no será cosa de un periodista.
Es evidente que hay un lugar para la protesta y un lugar para que los responsables, teniendo en consideración todas esas leyes que estudian y manejan, supuestamente para que la sociedad mejore (conjúguese permisividad, peligrosidad, compatibilidad...) aprueben o desaprueben la instalación de una empresa.
No vale que, calculando la dirección del viento, vengan a oponerse radicalmente los mismos que están pidiendo a gritos medios y soluciones para que la montaña no se muera.
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