Detrás de cada viaje viene una reflexión y aunque no he podido conocer a tanta gente de la que hablo, me voy acercando a su obra; voy escarbando en sus raíces, en los lugares donde vivieron. La última visita a Tudanca hace unos meses, me ha llevado al encuentro de Matilde Camús, poeta cántabra que no brilló a la altura de las figuras de su tiempo, pero que nos dejó una extensa obra: 'Manantial de amor', 'Bestiario poético', 'Templo del alba', 'He seguido tus huellas', 'El color de mi cristal'...
Definida por los críticos como una escritora de madrugada, nos llevó por los lugares donde pasó su vida y nos canta al amor en el que en tantas ocasiones me recreo, muy pendiente de la obra de Gerardo Diego, su maestro, a quien le despide en 1987 con estos versos:
“Gira en tu honor la rueda de la vida.
Por tí asciende mi son, en su crecida,
devanada de versos mi garganta.”
Muy implicada con el Ateneo de Santander, la ciudad de sus sueños, la ciudad de su vida, participó activamente en la vida cultural, manteniendo relación con escritores y poetas de la época. Por mediación de Justo Guisández, su esposo, de quien se enamoró durante el alzamiento militar de julio, comenzó a publicar sus artículos en prensa: Diario Hoy, de Badajoz; Alerta, Diario Montañés, La Gaceta del Norte y siguió escribiendo en los "Cuadernos escolares" poemas que nunca alcanzaron vida propia, fuera de las amistades y familia.
"Voces", su primer libro, apareció en 1969, con prólogo de Gerardo Diego y el dibujo de su marido para la portada. Ciertamente, parece que nos queda una espina ahí clavada cuando una poetisa como Matilde, con treinta poemarios publicados y una decena de ensayos, no cruza esa frontera a la que parece necesario llegar para que hablen de nosotros. Pero queda su esencia, que no es poco, para emocionar y sorprender a quienes se adentren en su historia.
“Seguiré deshojando flores nuevas
con la imaginación y el sentimiento
aunque todos los pétalos caídos
se conviertan en nada.”
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