A veces, cuando me quedo solo, cuando por todos los resquicios de la casa entra la soledad del pueblo, pienso en las promesas que se hicieron durante tantos años, de rehabilitar los pueblos de Castilla, muchos de ellos enclavados en rincones idílicos, donde vivir en paz hubiera sido la base primordial en otro tiempo.
“He de pronunciarme a favor de muchos pueblos, pequeños y dispersos, frente a la colmena trepidante de la gran urbe. La distancia se ha hecho enorme entre ciudad y pueblo.”
Primero, con ese sueño mío/nuestro que hace daño, que se repite sin obtener respuestas por parte de los afectados. Y después, casi al final del acto, en una presentación donde el protagonista no es consciente y ya se va precipitando el desenlace, le pido a otra de las protagonistas que escriba por mí:
“Ha despertado esta tierra nuestra que se estaba muriendo. Han regresado los hijos de sus hijos. A nosotros, como ministros suyos se nos pide la humanización de nuestros actos, frente a ese mundo robotizado y frío. Que no vale todo para gobernar un pueblo. Que el amor, ha de guiar nuestros pasos. Pero no solo el campesino que ha dejado literalmente su vida entre los surcos. Todos los castellanos, sin distinción de edades ni de clases; todo el mundo ha de concienciarse de que la vida es un momento y de que solo el amor nos hará libres.”
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