Su nombre hace referencia a un lugar abundante en "helechos". En 1849 aparece como agregado a Villarén y se dice que está situado en la falda del monte Bernorio que domina todo el país y en cuya cima se encuentran las ruinas de un gran castillo edificado por Augusto en la guerra contra los cántabros. (31) Dice, además, que el clima es el más frío de toda la provincia y que las aguas de sus fuentes "tienen la particularidad de constipar al que por primera vez las bebe..."
En su templo de San Pantaleón se combina la mampostería con el sillarejo, con una sencilla espadaña realizada en sillería. Aunque restaurada en época moderna, conserva elementos que abarcan varios siglos y estilos.
San Pantaleón, 27 de Julio A mediados de Agosto se viene organizando los últimos años una gran parrillada lechuza.
Cómo llegar
Para acceder a la localidad hay que tomar la carretera PP-6301 que conecta Cezura con Pomar de Valdivia.
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(28)Al pie del castillo existió una villa titulada Santa María de Bernorio, la cual, a juzgar por la extensión de los restos que se descubren, contaría más de 500 edificios.» En la Edad Media se nombra como Felecha y se estima que pueda derivarse de Velegia ò Velecia, que a su vez podrían derivarse de Vellica. Unos historiadores sitúan a Vellica en Álava, otros en Medina de Pomar. A. Shoulten, en su libro “Los Cántabros y Astures y sus guerras con Roma” (1934), hace referencia a Monte Cildá, junto a Olleros de Pisuerga, precisamente, la opción por la que se decanta Laurentino, profundo conocedor de la historia y el devenir de estas comarcas. Pero no se detiene ahí la duda sobre su ubicación.
He visitado Helecha de Valdivia en varias ocasiones, y cada vez que regreso siento la misma calma que me invade al entrar en los pueblos que conservan el alma antigua de la Montaña Palentina. No es un lugar que se imponga por su tamaño, sino por su silencio. Allí el tiempo no corre: se posa, como el polvo dorado sobre las piedras.
El camino que lleva hasta Helecha parece dibujado para quien busca detenerse. Los campos se abren a los lados, salpicados de encinas y robles, y cuando el viento sopla entre los matorrales, deja un rumor que recuerda al mar. Las casas, de piedra y teja rojiza, guardan el olor del humo y del pan recién hecho, ese aroma que trae recuerdos de infancia, de hornos encendidos en los inviernos largos.
En mis visitas suelo caminar sin prisa, dejándome llevar por los senderos que bordean el pueblo. No hay ruido, apenas el canto de algún pájaro o el balido distante de las ovejas. Me gusta sentarme junto a las tapias cubiertas de musgo, observar cómo el sol se filtra entre las ramas y pensar en quienes habitaron estas tierras mucho antes, cuando el trabajo del campo marcaba el ritmo de los días.
Helecha tiene algo que no se ve, pero se siente: una presencia serena, casi ancestral. A veces, al atardecer, cuando el cielo se tiñe de cobre y las sombras se alargan sobre los prados, me parece oír voces antiguas, las de quienes sembraron aquí su vida y dejaron su huella en cada piedra.
Cuando me alejo, miro hacia atrás una última vez. Sé que volveré. Porque en lugares como Helecha uno no es visitante, sino parte de algo más grande: la tierra, el aire, la memoria compartida.
José Luis, precioso relato que nos acerca a Helecha. Gracias, socio por añadir a tu video y a tus fotos, esta historia que nos devuelve el candor de la montaña. Un abrazo.
Puedes comentar libremente. Agradezco tu participación. Puedes añadir historias que desconocemos, fiestas o tradiciones que no hemos citado, es posible que estemos equivocados en alguna reseña. Nuestra intención es hacer una reseña lo más completa y fidedigna posible.
2 Comentarios
Helecha de Valdivia
ResponderEliminarHe visitado Helecha de Valdivia en varias ocasiones, y cada vez que regreso siento la misma calma que me invade al entrar en los pueblos que conservan el alma antigua de la Montaña Palentina. No es un lugar que se imponga por su tamaño, sino por su silencio. Allí el tiempo no corre: se posa, como el polvo dorado sobre las piedras.
El camino que lleva hasta Helecha parece dibujado para quien busca detenerse. Los campos se abren a los lados, salpicados de encinas y robles, y cuando el viento sopla entre los matorrales, deja un rumor que recuerda al mar. Las casas, de piedra y teja rojiza, guardan el olor del humo y del pan recién hecho, ese aroma que trae recuerdos de infancia, de hornos encendidos en los inviernos largos.
En mis visitas suelo caminar sin prisa, dejándome llevar por los senderos que bordean el pueblo. No hay ruido, apenas el canto de algún pájaro o el balido distante de las ovejas. Me gusta sentarme junto a las tapias cubiertas de musgo, observar cómo el sol se filtra entre las ramas y pensar en quienes habitaron estas tierras mucho antes, cuando el trabajo del campo marcaba el ritmo de los días.
Helecha tiene algo que no se ve, pero se siente: una presencia serena, casi ancestral. A veces, al atardecer, cuando el cielo se tiñe de cobre y las sombras se alargan sobre los prados, me parece oír voces antiguas, las de quienes sembraron aquí su vida y dejaron su huella en cada piedra.
Cuando me alejo, miro hacia atrás una última vez. Sé que volveré. Porque en lugares como Helecha uno no es visitante, sino parte de algo más grande: la tierra, el aire, la memoria compartida.
José Luis, precioso relato que nos acerca a Helecha. Gracias, socio por añadir a tu video y a tus fotos, esta historia que nos devuelve el candor de la montaña. Un abrazo.
ResponderEliminarPuedes comentar libremente. Agradezco tu participación. Puedes añadir historias que desconocemos, fiestas o tradiciones que no hemos citado, es posible que estemos equivocados en alguna reseña. Nuestra intención es hacer una reseña lo más completa y fidedigna posible.