Casas para pensar

Ahora se pienso todo. O casi todo. Hasta hace pocos años la gente que se sentía atrapada por los olores y sabores de un pequeño pueblo de montaña compraba una casa y comenzaba una aventura, a veces excesiva, pues desaparecía la casa entera y sobre el solar se edificaba una vivienda que nada tenía que ver con la casa que todo el mundo conocía, aquí madera y piedra y, si acaso, un tejado con ripia nueva y relleno de tela asfáltica para evitar las goteras en invierno.



De pronto alguien ha interpretado que a los edificios también se les hace daño, que reformarlos tanto es como arrancarles el pensamiento, las raíces bajo las que se criaron los dueños; los recuerdos, que siempre te devuelven a un momento lejano de la historia.

Teniendo en cuenta todo esto y también que las casas tienen una especie de alma, Fernando Gallardo, crítico de "El País", encontró una casa que vendían sus dueños en Porquera de los Infantes y, sin destruirla, es más, sin tocarla, le llenaron de efectos. De este modo, una casa fea y, en sus palabras, "secuestrada" por fuera es un rincón de creación y de calma por dentro, donde el crítico se pierde cada vez con más frecuencia, que eso es a fin de cuentas lo que hace que la montaña crezca. "El edificio habló. Sólo hubo que interpretar lo que decía".

Hace unos días, Esther Marín, nos dejaba otro ejemplo, el de Perapertú. Una obra nominada por el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España. Una correcta orientación de la vivienda para aprovechar mejor el sol, con una gran parte acristalada, procurando el mayor ahorro de energía. "La sostenibilidad no es una moda, no es un proceso -declaran los responsables de Sietequince-, es una actitud."

Y acaso sea verdad que imprimiéndole a la vivienda un poco de nuestro sentimiento, vamos ganando amigos por el mundo, que es como detener el tiempo, que es como recuperar el grito, que es en definitiva un pequeño paso para nuestra montaña palentina.

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