Uno quisiera detener el tiempo. Detener, por un momento, esta estación del año que nos devuelve, si acaso, una imagen más humana del pueblo que dejamos; quiero decir, una imagen más serena, cuando pasada ya la barrera de los cincuenta años, volvemos por una "demanda del cerebro" muy usual y generalizada, a nuestros orígenes .
"Se procuraba terminar la faena para el día de Santiago, aprovechando todas las manos que estuvieran disponibles en casa. Para echar la hierba al carro se utilizaba el horcón. Para echar la paja, el gario. Para transportar grandes cantidades de hierba del prado a los pajares, al carro tradicional se le colocaba una armadura. Los primeros carros estaban construidos totalmente de madera. De los carros tiraban primeramente bueyes y andando el tiempo se utilizaron vacas, por lo general de raza tudanca, las cuales se uncían a un yugo..."
No cabe duda de que este ejercicio es un paso importante para que no se pierdan algunas de aquellas costumbres, aunque ya no se practiquen. Hace unos días rememoraba en mi rincón de facebook las tardes de bolos en Ventanilla y en Lebanza. Recuerdo la bolera de San Salvador, junto al bar Pisuerga, donde se concentraba gente de toda la Pernía. En Polentinos también gustaba y, en Herreruela, el juego era como una norma, a cuya cita acudían hasta los mozos de Cervera. Uno quisiera congelar ese instante donde se encontraban los pueblos al caer de la tarde, con la disculpa de jugarse los cafés a una partida de bolos. Esta mirada retrospectiva, después de tanto tiempo, hace que entendamos mucho mejor los hábitos de quienes juegan y sonríen en las viejas fotografías, porque sin tener nada de lo que ahora nos facilita y mejora la vida, sabían disfrutar como nadie de lo poco que tenían a su alcance.
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