Temores de siempre

Hace unos años, una mañana de domingo llegué a Casavegas. Es un pueblo pequeño, cuyas tierras limitan con los pueblos pernianos de Lores, Camasobres y Areños y los cántabros de Vendejo y Cueva, así como Caloca, al que se llega a través del collado de Vistrió. Este lugar tan recogido, ideal para un asentamiento cántabro –como bien escriben en la web sus hijos-, tiene rincones llenos de encanto y de misterio, como el ojo que mira a los valles de Liébana por la pista que conduce al puerto de Pineda. Se trata del Mirador de Cerraillo, también conocido como el Bocarón de Caloca..



Hay muchas personas que conocen esto y lo divulgan en la medida de sus fuerzas. Y hay muchos que prefieren mantenerlo en secreto, no porque no sientan hasta el extremo más sublime su belleza, sino porque temen la respuesta masiva de la gente, el deterioro, la transgresión a un medio que siempre nos ha parecido tan especial y único a quienes lo heredamos.

Esto debería despejar las dudas de aquellos que nos vigilan desde su trenzada ecología, o nos recriminan por abrir las manos a proyectos que pueden generar esa confianza que nos va faltando.

En este lugar, Domingo Romero tuvo un sueño: abrir una fábrica de morcillas en la Pernía. Un sueño que se cumplió a medias porque no fue en Pernía, donde, si no recuerdo mal, las autoridades no le facilitaron terrenos para ubicarla y los particulares pedían la luna por las tierras.

Pero fue en Cervera de Pisuerga, donde sigue creciendo con un producto cuya fórmula de elaboración casera tiene muchos adeptos dentro y fuera.

En la casa de Eliseo y en una mesa concurrida, expuso una serie de razones que no han cambiado: “La ganadería no da, porque siempre hemos vivido a expensas de otras cosas: “de mi padre, que me ayuda”; “de la ganadería y de la mina”; “de la ganadería y del trabajo como albañil”.

Y terminaba la entrevista con las máximas que, pese a los avances que se han logrado en algunas materias en los últimos años, siguen siendo válidas hoy día.

¿Dónde van a estudiar tus hijos, si los tienes? El hospital está a 150 kilómetros; la nieve, cuando nieva de verdad es una carga inmensa, las carreteras están intransitables... Todo va a menos. ¡Cómo vas a tener ilusión en un pueblo de éstos!

Sus reflexiones me recuerdan otra historia que encontré más abajo, en Polentinos, donde un joven al que le gustaba mucho el pueblo se lamentaba porque tuvo que estudiar fuera, “atropando grillos por el mundo”. Y al que sus padres le decían: “Pues los que no cogiste tú, los van a coger tus hijos si te quedas aquí”. “Me echasteis casi a palos –recuerda ahora, cuando se encuentran en familia–, pero os tengo que dar las gracias”.

Tendemos a individualizarlo todo. Le votamos al alcalde y le dejamos solo frente a las nevadas, frente al hospital, frente a todo.

Reconozco que todas las voces son insuficientes, que todas las protestas van al pozo del olvido. Para mi que, hasta los presidentes y todos aquellos que ostentan alguna responsabilidad y cuyas decisiones nos afectan a todos, se han individualizado también y buscan a su modo el poder y la gloria, aparcando para siempre estos temores que al montañés le asedian.

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