Adiós, Adara, adiós (y IV)
Podría alargarse más esta carta donde Adara ha ido tejiendo con mimo ese tapiz que ya nos trae pautas y prebendas a los descendientes de estas tierras. No es una despedida al uso. Sus razones la llevan a una misión que para mí quisiera. Llegó a San Salvador para atrasar el cierre de la escuela y podíamos haberla recuperado como habitante, como compañera de un trabajo si lo hubiera, como custodio de la iglesia, porque después de estos dos años se ha visto atrapada por nuestra intensa historia.
Nos encontramos en un mundo rural que no es atractivo ni cómodo para los jóvenes. “La basura de conexión a internet no permite que se formen de manera online y se van a la ciudad a estudiar quienes pueden, otros se quedan porque tienen que ayudar en las tareas ganaderas de los padres y entre una cosa y otra no les queda tiempo para asociacionismos, para sentarse, aportar ideas y hacer fuerza para cambiar lo que se pueda, siempre que te dejen cambiarlo, que no es fácil”. “Todo esto a mí me duele y el tener que irme me duele más.
No he querido entrar de nuevo a la iglesia... porque lloro. Me ha dado tanto, un simple edificio en el que he estado tantas horas, ha hecho por mí tanto a nivel de crecimiento personal... Antes de empezar a enseñar la iglesia tenía miedo escénico, me paralizaba de terror al pensar en hablar en público y ahora me siento capaz de guiar, explicar, dialogar, aprender de las personas y de los libros todo lo que no sé, que es mucho.
“Gracias por hacerme sacar todo esto, necesitaba expresarlo de algún modo...”
LA MADEJA | DIARIO PALENTINO