Laureano Pérez Mier, que estudia en el siglo pasado la historia de Pernía, y al que ya me he referido en numerosas ocasiones, habla sobre la concesión de estas tierras por parte del Rey Alfonso VIII a su tío, el obispo Raimundo, concesiones renovadas después por los “Alfonsos” que siguieron. Poder compartido en muchos lugares de Liébana y Pernía por el Señorío. La lucha por la posesión de Liébana, Pernía y Campoo se encuentra resumida en los numerosos pleitos que abordaron durante siglo y medio; de una parte, La Casa de Castañeda y los Condes de Siruela, y de la otra La Casa de Vega y los Duques del Infantado.
Pero a mí lo que siempre me ha apasionado, la razón por la que sigo refiriéndoles a ustedes a sorbos la historia de esta tierra es el perfecto entramado de su Concejo, que nace espontáneamente, como bien hace notar Laureano en sus apuntes, como exigencia natural de la organización de su vida social y económica. Hay que marcar unas pautas, elaborar unas ordenanzas donde se contemplen las normas necesarias para el cuidado de sus ganados y propiedades, la participación del pueblo en la vida religiosa y en los gastos parroquiales; de qué modo todos intervienen sin que medien instancias superiores, en la ratificación de contratos, testamentos y en la reglamentación en general de toda su vida social y económica. Y uno de los ejemplos que hace notar nuestro ilustre paisano y que consta en un privilegio de la Abadía de Lebanza, es cuando se congrega todo el Concejo de Vergaño en el atrio de su iglesia, para oír la lectura y confirmar una Carta de Behetría otorgada en el año 1165.
Dice Laureano y así lo estimo yo también que el concejo rural es esencialmente democrático. Estas poblaciones tenían aseguradas facultades y atribuciones para desenvolverse. Formaban parte del concejo todos los hombres libres, a cuya asamblea general eran convocados los domingos a campana tañida, para tratar y resolver los asuntos de interés general.
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