La mayoría de las obras románicas son anónimas en el sentido de carecer de una firma o documento que acredite la autoría. Incluso, si la obra está firmada, los historiadores tienen a veces dificultades para distinguir si se hace referencia al verdadero autor o se nombra, en cambio, al promotor de la misma. Otras veces, la firma viene seguida o precedida de una explicación que aclara si se trata de uno u otro personaje. Arnau Cadell lo dejó bien claro en un capitel de Sant Cugat: "Esta es la imagen del escultor Arnau Cadell que construyó este claustro para la posteridad."
El Conde Rodrigo Gustioz quiso inmortalizarse por su financiación de un arco en La Abadía de Lebanza: “Hizo este arco Rodrigo Gustioz, hombre de Valbuena, soldado, orad por él.”
Y en un capitel aparece la noticia de otro promotor: “El prior Pedro Caro hizo esta iglesia, casa, claustro y todo lo que aquí está fundado en el año 1185”.
Con el paso del tiempo, a medida que las corporaciones de constructores fueron ganando reconocimiento y reputación, la tendencia fue incorporar la marca de honor de maestros destacados en su lápida en forma de escudo similar a los escudos de armas de los nobles.
Pero uno de los más famosos, de los más citados, es el maestro Micaelis, que trabajó en varias iglesias y ermitas del norte de Palencia, y dejó su retrato trabajando en la Iglesia de San Cornelio y San Cipriano de Revilla de Santullán. Hace unos días el ayuntamiento decidía llevar esta imagen a un dibujo que servirá de sello oficial.
Hay un detalle curioso al que yo hacía alusión el otro día en Vallespinoso de Aguilar: la pensión vitalicia que el obispo de Urgell, Arnay de Perexens, concede al maestro Raimundo Lombardo "si construyes para nosotros las bóvedas de toda la iglesia", y que sirve, cuando menos, para conocer el nombre de otro maestro cantero, porque tal compromiso era un solemne engaño. Tamaño premio no se hizo para los canteros, que morían, por lo general, con las botas puestas, con la maceta y el cincel en la mano, sin el justo reconocimiento siquiera por aquel arte derrochado en cada piedra que el asentador, ayudado por la barra, iba poniendo en su lugar. Hasta el lugar donde colocaron las piedras parece insustituible.
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