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La última carta

A Paco, en el aniversario

Ahora nos invade la nostalgia y metidos de lleno en los cuarenta, afloran los recuerdos, se mueven los archivos de nuestra pequeña gran historia y regresan por momentos aquellos que se fueron y que a su manera nos hicieron más ligero el rutinario acto de vivir. Nadie lo tiene fácil. La escritora albaceteña Alicia Giménez Bartlett, que en estos días anda promocionando “Secreta Penélope” (Seix Barral), reconoce en una entrevista que publica “El Correo”, “que todas las generaciones fracasan en sus sueños, porque estas son superiores a la evolución del hombre en el tiempo que dura una generación. El ser humano no puede realizar sus ilusiones”.



Todos tenemos ilusiones. Francisco las tenía también. A mí me contó alguna en el hospital Río Carrión donde, tras su regreso de Perú, se recuperaba de una infección sin importancia, que no era tal y que un año después le quitaba la vida, esperando muy cerca de la Clínica Universitaria de Navarra un trasplante que no pudo ser.

Estas cosas te marcan para siempre, rompen el esquema que te hiciste, reducen todos los proyectos de futuro y, sigues, claro, qué remedio, achicando el agua que a medida que los días van cayendo se va colando por los poros de tus viejas heridas.

Francisco escribió consciente y sereno la última carta de su vida.

¿Cómo te gustaría morir? De repente –decimos casi todos–. ¿Cómo reaccionaríamos si alguien nos dijera que nos quedan pocos meses de vida? Porque no es un asunto éste lejano. La muerte está al lado de la vida, pasa cada vez más cerca y un día nos hiere cuando alcanza a la persona con la que convivíamos, al familiar, al amigo; y otro día nos toca. No hay más vuelta de hoja. Convendría reflexionar ahora, cuál es la vida que queremos vivir, cómo vamos a vivir la vida que nos queda.

Francisco realizó el año de Pastoral en Velilla y de allí llegó a evangelizar los pueblos de Castillería, Vañes y Polentinos, donde encontró las casas abiertas de “gente humilde, pobre, sencilla, pero buenos como el pan.”-cuenta en su última carta. Al referirse a Celada de Roblecedo, dice: “Allí pasamos muchas tardes y noches hablando, mientras la nieve cubría campos, tejados y caminos... Ahora tienen una nietecita, Angela, que me quiere, me busca y cuando ve un templo y oye las campanas, dice: “Casa de Paco”.

Recuerda la casa del guarda forestal de Vañes, a toda su familia que le acogieron, dice, con una conciencia ilimitada. Más tarde en Arbejal, Ruesga, Valsadornín y Cervera, donde Paco se integra totalmente practicando lo que él llama en su última y sentida misiva, “la corresponsabilidad”.

Tampoco pretendo hacer un canto desmesurado al sacerdote, al amigo que ya no está, al hijo que le pide a su madre comprensión. A una madre que lo ha perdido casi todo: “Gracias, mil gracias a mi madre Evangelina, que ha tenido que sufrir la muerte de mis hermanos: Eulogio, de 37 años; Clementino, de 24 (en la mina); la muerte de su marido... ¡Mamá, sigue siendo la mujer fuerte de la Biblia.”

Aunque es su propia madre la que me lo cuenta desde Villanueva de Arriba, yo vi la pobreza de Latinoamérica en sus ojos. Él podía hablar con razón de las casas sin techo. Una familia numerosa compuesta por ocho personas, sentados a la mesa a la hora de cenar, cuyo manjar consistía en una naranja que iban chupando uno tras otro. Hasta tal punto le impresionó la pobreza que vio, que dejó allá sus maletas y todo lo que llevaba en ellas.

Estamos a punto de abrir la página de un año nuevo. Les estoy resumiendo la última carta de Francisco Gutiérrez de Celis, escrita en Vitoria el 29 de Julio del año 2002 y remitida al obispo de Palencia.

“Manifiesto que mi alma está tranquila y serena y he aceptado los muchos dolores que he pasado y ofrezco por las vocaciones sacerdotales y acepto la muerte para presentarme al Padre en los brazos de nuestra Sta. María del Brezo, mi virgen querida desde la Iglesia, que preside la habitación del hospital; en manos de la Virgen del Rebollar y de Sta. María del Castillo y con ellos digo: el Señor ha estado grande conmigo y estoy alegre. Nací para amar. Amo y soy feliz.”

Decía Platón, queridos lectores, querida Evangelina: “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro.”

Imagen: Villanueva de la Peña, de José Luis Estalayo.

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