Las estadísticas te llevan a una valoración aproximada de los hechos y acontecimientos, pero, como en la vida, ni todos eran buenos empresarios, ni todos los buenos empresarios consiguieron salvar siempre los trastos; ni todos eran buenos picadores, ni todos los picadores buenos recibieron la compensación justa a su trabajo. La mina para el minero es una especie de lotería. Algunos echaron mano de sus amistades y se jubilaron temprano con un grado de silicosis que no padecían, dedicándose luego a otros menesteres mientras cobraban una buena paga.
Al minero se le ha retratado como a un hombre al que le gustaba en sus ratos de alterne vanagloriarse del rendimiento en su quehacer diario, pero de todo hay en la viña del señor y sería necesario dar sus mismos pasos para valorar con justicia el hecho de colocarse un casco y meterse en un agujero con la incertidumbre de no saber si saldrás vivo. Y a esa incertidumbre van aparejadas las enfermedades como la silicosis que llena de cavernas el pulmón y acaba destruyéndolo.
En un bestiario de internet, un internauta le aconseja a un conocido artista que se queja amargamente de su vida, que se vaya a picar a la “puta mina”. Los artistas Adriana Ozores, Antonio Resines y Emma Penella se fueron a Asturias para rodar una película que hablaba de esto mismo que a mí se me quedó grabado en la retina. Se abre la jaula, una jaula de madera reproducción de la real del pozo que servirá para rodar las escenas de interior, y aparecen un grupo de mineros portando en una camilla el cuerpo del compañero muerto. Sindicalistas, curas de sotana, guajes y un ambiente que la gente de nuestra montaña ya conoce por haberlo pasado en tantas ocasiones.
Los figurantes también lo han vivido de verdad muchas veces y se hace lema el grito de la actriz gijonesa Rosa Merás: “!Que sea l,últimu, por Dios, que sea l,últimu!.”
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