He nacido donde nace una de las más bellas espadañas del románico y en un entorno donde te das de frente, a cada paso, con el románico más puro. A finales del pasado mes de Julio, en compañía de Eduardo Gutiérrez, amigo guardense con el que comparto tantas sensaciones y retazos de vida, y con la complicidad de Cristina Párbole, todos tras la huella del románico que atesoramos, volvíamos a visitar el interior de la iglesia de Santa Cecilia, en Aguilar, una de las obras claves del románico norte.
Al fondo de la iglesia, en la pared que mira hacia la puerta principal, y obra del escultor Ursi, los doce apóstoles, en diferentes posturas, con los ojos cerrados y descalzos, inspirados en el Pantocrator de Moarves de Ojeda.
Pues bien, hace unos días, estos amigos han vuelto a coincidir, un año después de nuestro encuentro en Vallespinoso de Aguilar, en "el camino de los canteros románicos”, donde Cristina, como historiadora y amante de nuestro arte, ha seguido profundizando en el significado de ser cantero en el románico, de ser cantero en nuestra tierra, ponencia en la que ponen broche de oro Javier y Carlos, detallando las herramientas más utilizadas y tallando una serie de piezas ante los ojos sorprendidos de quienes vienen un año tras otro desde diversas regiones españolas para llenarse de nuestro arte.
Además de visitar la iglesia de Santa María las Real de Cillamayor, los participantes conocieron el excepcional pórtico de la iglesia burgalesa de Rebolledo De la Torre; Santa María de Mave, con su casa Palacio del siglo XVII, cuyo origen es un cenobio en los primeros tiempos de la repoblación, perteneciendo siglos más tarde y durante décadas al Monasterio de Oña. También se acercan a conocer Pozancos y Becerril del Carpio, estas últimas en el entorno de Aguilar.
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