Vivimos momentos convulsos en todos los aspectos. Y basta sentarse en un banco del parque, observar el lento peregrinaje de personas a las que apenas conocemos, que son vecinos, que viven a nuestro lado, que van y vienen, para concluir que el mundo es un perfecto desconocido de sí mismo.
La culpa siempre es de los otros. El ya contribuye con lo que puede, que de momento es la crítica y el entorpecimiento del trabajo de quienes dedican sus ratos libres a impulsar esta bella cantinela, para que protesten los demás, para que se caigan si es preciso, para que no se levanten con un poco de suerte... Y luego vuelta a empezar, sin dejar resquicio para nada más que la defenestración y el descontento.
Y lo cierto es que no tiene uno por dónde cogerlo, porque ahora todos gozamos de una fina sabiduría que nos da riendas para meter la puya aunque no tengamos ni pajolera idea del esfuerzo que hacen los demás por agradarnos.
Quienes interpretan los distintos Organismos vienen a exponer los próximos proyectos. Pasan unos años y como no se hizo nada de lo que prometían, vuelven otra vez a reiterar sus plácemes. Y así una vez tras otra. Esto no tendría importancia si no pasara el tiempo, porque no queda otro remedio que seguir aferrado a los caminos y utensilios que a uno le sirven para avanzar y uno advierte que los caminos son muy cortos, están llenos de trabas a propósito. Trabas que no te matan pero que te dejan bien ajustado el acto de vivir.
Quiero aclarar que a mí no me pagan por opinar, ni van a tener en cuenta mi entrega quienes están preocupados por la dejadez de los poderes públicos, que viene de tan atrás y que a mí eso no me importa.
Yo me tracé un camino al margen de alabanzas y reconocimientos y creo que mi función, si alguna tengo, es insistir, que algo siempre queda de bueno.
De la sección "La Madeja" en "Diario Palentino", 2016
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