Sigo con interés todas las historias que en los últimos años se vienen publicando en los periódicos sobre la Montaña palentina. Con interés y con preocupación. Más de lo segundo que de lo primero, porque ni machacando la piedra, como nos auguraron, se hace agujero, se consigue el afianzamiento mil veces pronosticado. Y lo sabemos. Y no podemos hacer nada. Es importante que antes y después de estas palabras: que antes y después de este escrito, vengan otros, que canten aquellos que lo sienten y lo viven de manera distinta y que sus cantos minimicen así nuestro presunto abatimiento.
Todo el mundo sabe desde hace mucho tiempo que los pueblos se mueren. No se puede evitar que mueran las personas que trabajan en ellos, aquellos que mantuvieron viva la llama de tantas historias. Lo sabemos y lo asimilamos. Pero tampoco se puede vivir respirando paisaje, ni llevando como principio fundamental al oso, al rebeco, a las garduñas, el respeto a los bosques, la sumisa entrega a las pautas de moda como la ecología...
Y esto lo saben, también deben saberlo, quienes planifican su futuro. Hay dos formas de ver las cosas: desde el interior, como lo ven quienes lo viven, y desde el exterior, como lo pintan quienes lo promocionan. Entonces la belleza es figurativa. La belleza es sublime para quienes nacimos en su entraña y todo lo vemos de color, por ejemplo la nieve, la distancia, la tendencia al envejecimiento de los pueblos, y en la misma línea, todo aquello que implica un freno riguroso para el crecimiento a los ojos de los visitantes, es para el lugareño un insignificante callo. Lo era, al menos. Lo fue mientras tuvimos fuerzas para esperar las soluciones que se nos prometieron, que fueron postergándose un gobierno tras otro.
Así pues, querido lector, mucho diccionario, mucho recorrido por el Norte, muchas costumbres recuperadas, pero a la hora de la verdad los habitantes siguen esperando. Y es cierto que los pueblos lucen cada día más hermosos. Se construyen nuevas viviendas, en algunos todavía se dan cita cantos y tradiciones, algunos jóvenes se casaron aquí o han venido de fuera, y como mucho, el que pudo, adquirió su segunda vivienda en la villa más próxima, lo que le permite venir de vez en cuando, abrir las ventanas, sacudir el polvo de la casa y de año en año revisar paredes y tejados.
Primero fue el canto primaveral, la explosión sincera de un sentimiento que queríamos compartir con el resto de ciudades y pueblos. Y cantamos con interés y expectación hasta que se fueron agotando nuestros cantos, hasta que disminuyeron nuestras fuerzas.
Ayer nos advirtieron que tomásemos con paciencia nuestro sino, que pronto llegaría la recuperación de nuestros pueblos. Y si, llegó el turismo rural, hubo pequeñas concesiones, se fraguaron muchas esperanzas y parece que ahí se acabó la historia.
Hemos mostrado una resignación de varias vidas, y pasados los años, pese a los cantos de nuestros escritores, pese a los reportajes y a las citas de los medios de comunicación, pese a los millones y millones que se citan para arreglo de carreteras, debemos rendirnos a la evidencia de que en la Montaña nada cambia, nada se transforma, todo se termina.
@ Sección "Fin de Siglo" en Diario Palentino, 3.4.1999
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