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Noche de ronda

Del invierno hemos pasado muchas 'veces, porque alguna vez lo hemos vivido. También hemos compartido en alguna ocasión los aguinaldos: chorizo, huevos y tocino que nos metieron en la fardela después de cantar los Reyes o las Marzas. Incluso para las cencerradas estamos preparados, pero siempre queda en el aire una ilusión por algo. Serviría una noche de ronda al estilo de los abuelos para devolvemos un poco aquella bella estampa, en pleno acarreo de la hierba, herradas y botijas esperando en la fuente, mientras sonaba la dulzaina, la pandereta y el manubrio.



Dicen los refraneros que "En el mes de San Juan, al sol se cuece el pan" y por la noche a "enramar para hacer buenas confesiones" -que decían en la montaña.

Aquella costumbre de enramar la puerta de la 'novia, se se ha detenido en ese día 24 al que se hacen repetidas alusiones en libros y revistas. En algunos pueblos se ha trasladado al día de la fiesta, lo que añade -suponemos- una ilusión más a las mozas sorprendidas. Pero tengo nostalgia porque ni en San Juan de Redondo vi el fuego la noche del 24 de junio, cuando señalaban que los pueblos cantaban y bailaban alrededor de la hoguera, creyendo asimismo que aquello les preservaba de los malos espíritus, curando males o alejándolos... Cuentos y creencias que a fuerza de repetirse han ido llegando hasta nosotros o se han extinguido en muchos pueblos que los conocieron, sin apenas dejar un rastro de flores, ni una puerta enramada, ni una moza esperando a la mañana siguiente aquellos frutos, aquellas señales que le advertían de un posible romance.

Parecen exigencias del guion, como si muchas de aquellas ilusiones volaran significativamente a nuestro alrededor, pasaran de largo y repitieran su presencia al cabo de unos años, sacadas del armario de los recuerdos por dos o tres mozones que las presenciaron siendo niños.

Entonces, si con un ápice de ilusión podemos atraer a modo de homenaje alguna velada de entonces, adelante, tiremos de la madeja, que suene la pandereta, que repiquen las campanas, celebremos la misa de las doce, para comer chicharro como entonces y de postre arroz con leche.

A medida que vamos entrando en años nos vamos aferrando a los recuerdos, y ni nosotros acabamos de entender nuestro enconado rastreo por aquellas fiestas de jotas castellanas, ni nuestros sufridos descendientes se sienten atraídos de momento por esa fórmula del ramo. Ahora la ilusión no se comparte. Ahora el amor es verdadero, o pasajero, o pasotero, como antes, pero sin cascabeles. De este modo, ni las mozas se envidiarán unas a otras por un ramo que no existe, ni los mozos competirán en noble lid por colocar arcos de chopo a las puertas de sus enamoradas.

Ahora el pregonero es humorista; el grupo musical, moderno; el fuego, artificial; el novio no toca las campanas, las enaguas no tienen fundamento, el concurso ya no es de pandereta sino de karaoke y el pollo ni mentarlo.

Es posible que de tantas veces como recurrí a las viejas crónicas, me 'quedara atrapado en el pasado', pero abusando un poco me gustarla despedir este comentario recordando la copla que en Tremaya entonaba Lorenza:

"Levántate morenuca,
levántate resalada,
levántate que ya tienes
el ramuco a la ventana".


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