Se cumplen ahora 40 años desde que yo me plantee como objetivo escribir del mundo rural, defenderle en la medida que pudiese sin pretender emular otras gestas similares, que sé que las hay a porrillo de gentes entregadas a tantas causas solidarias, algunas de primera necesidad, como el hambre del mundo, el problema de quienes todo lo dejaron por la guerra, la investigación para paliar tantas enfermedades que nos diezman... Eso demanda la plena dedicación de todo el planeta y hay muchísima gente que se mira el ombligo cada día y se justifican con esa burda frase: cada perro que se lama su cipote.
Pero en cuanto a este afán mío de remover los campos por capricho, he de confesar, sinceramente, que nada espero. Ni un premio, ni una mención, ni una recompensa monetaria. Lo agradecería si se diera el caso, pero no espero nada. Es una buena premisa para no llevarte desazones.
Y si alguien piensa dármelo, si alguien entiende que lo merezco, que lo he ganado a pulso, pues que me lo de ahora, que incentive mi ánimo, porque lo que no quiero son medallas póstumas, ni calles con mi nombre, ni placas de reconocimiento.
Hace unos meses, en la entrevista previa a la llegada del libro "la más bella canción", que me realizaba en Aguilar mi amiga Marta Redondo para este diario, me preguntaba por las carencias de los pueblos, por el carácter de la gente, mi definición de los paisajes que nos brinda este pequeño paraíso y creo que no supe responder, me quedé mudo, impresionado de no encontrar palabras que pudieran hacer justicia a la que para mi ha sido de corazón la mas bella canción de la naturaleza.
@De la sección "La Madeja", en Diario Palentino, 2016.
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