Los atardeceres más increíbles también llevan su nombre. Cae la tarde y el sol derrama sus últimos rayos a los pies del Coloso, de nuestra montaña más emblemática, de la cumbre más palentina, las más deseada.
Un reto de roca viva que subyuga , desafía, se yergue vigilante sobre el valle y otea sus dominios hasta donde alcanza la mirada. Unas nubes veloces y pasajeras dejan en sombra su poderosa silueta de pirámide solitaria, ensombrecen esta mole que los atardeceres iluminan con luz dorada y generosa. Hacer un alto en el camino, mirar hacia arriba, dejar que el paisaje y la luz nos envuelvan, que nuestra mirada vuele hasta su cumbre. Sentir cómo el viento del Norte acaricia con su soplo recio cada centímetro de este sueño hecho montaña con la misma ternura con la que los suspiros mecen las briznas de hierba y respirar profundamente.
© Margarita Marcos
© Gemma Marcos
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