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Toma el carbón y corre

Como el hombre tropieza más de una vez en la misma piedra y esa piedra es el motivo de esta historia, he de pronunciarme con claridad sobre este asunto del carbón a cielo abierto que ahora ruge con fuerza hacia las tierras que miran a la villa de Guardo.


Que no vengan ahora los empresarios anotando los puestos de trabajo que implica, porque sabemos cómo queda un limón cuando lo exprimen. Porque conocimos ya la devastación de Santullán y debemos intuir el incumplimiento de empresarios y políticos; los primeros, porque prefirieron perder el dinero que entregaban en depósito y, los segundos, alcaldes y concejales de los pueblos, porque desviaron el dinero hacia otros menesteres y se pasaron por alto la restauración de los terrenos. Esa es la gran verdad y, aunque deban matizarse algunos hechos, han de servir de ejemplo los calveros que dejaron abiertos. “Guardo no será un nuevo Barruelo” –respondió Evilio Morán en 1994 a un periodista de esta casa, haciendo clara alusión al eje vital de las infraestructuras. Así mismo, señaló la autoridad de aquel momento:

“El carbón lo tenemos seguro como mínimo hasta el año 2002 y nosotros estamos mirando ya a nivel de municipios mineros, alternativas que ofrezcan una continuidad a estas riquezas”.

¿Se refería don Evilio a la alternativa de la explotación a cielo abierto?¿Cuánto tiempo dura esa alternativa que pueda garantizar los puestos de trabajo que señalan? ¿Qué nos queda cuando se van las enormes orugas? Se comprende que lo hagan en Redondo, encima de las minas activas y con unas limitaciones claras y concisas, pero no es de recibo que lo hagan como lo están haciendo junto al mismo casco urbano de Villanueva de la Peña, ni en Guardo, ni en cualquier otro lugar donde, ni una restauración en toda regla devolvería las cosas a su estado normal.

Hace unos días, Jesús Rodríguez Lanza, director general de Uminsa (que agrupa a seis minas palentinas), en clara referencia al desmonte que se está llevando a cabo en Villanueva de la Peña, se manifestaba a favor de la explotación exterior si se quería mantener los puestos de trabajo en la minería clásica. Esto es pan para un día. Ya lo saben bien ellos, que pagan a los vecinos por las tierras millones que no valen para atarles la lengua; que dejan en depósito a los ayuntamientos cantidades ridículas que no interesa a ningún efecto recuperar, porque su misión es sacar el jugo de la tierra y salir huyendo; que no merece la pena sembrar árboles que estas generaciones no verán, porque la flora, la fauna, el paisaje que tantas sensaciones nos provoca (no entendemos de minas, pero entendemos de montaña), quedará mutilado: rotos los caminos y las fuentes, montañas de escombros que nos advierten cómo se fueron los últimos suspiros de esta tierra a manos de extraños portadores.

Yo no quiero verlo. Y se lo cuento a ustedes porque lo vi primero, cuando tenía 22 años, subiendo a Peñota tras los pasos de un empresario que ahora vive de esto, que por encima de la Eugenia me habló alto y profundo de la técnica para recuperar los montes, mientras yo impresionado miraba la profundidad de aquellos cortes, centenares de metros escarbados.

Yo no quiero verlo. Se lo prometo. Lo vi en los ojos del pueblo de Barruelo, del valle que ha soportado durante lustros la explotación más vergonzosa. Y al carajo con el oso pardo, lo digo por la gente que debe pasar su vida mirando hacia el lugar, ennegrecidos sus pulmones primero por el carbón de dentro y, al final, negras también sus casas por el carbón de fuera. Cuando acudí a Villanueva en diciembre de 1977, atendiendo la llamada de varios vecinos, y el periódico publicó el artículo en tercera página y en negrita, sabía que no conseguiríamos nada. El dinero es el eje que alivia las gargantas de aquella mismas gentes que en otras circunstancias hubieran dicho basta. Pero el dinero no servirá, se lo aseguro, para lucir luego los montes. Yo sólo veo un minero y un explotador. Yo sólo veo un futuro siempre que le plantemos cara a este atropello que ahora se quiere repetir en otros puntos. Cuando se ha depositado toda la confianza en un alcalde, y el alcalde, seducido por una cantidad, mal guiado por terceros, se equivoca, el pueblo está perdido. Alejandro Lamalfa dijo al fin: “No perdono a nadie”. Y sabemos que hubo abusos, extorsiones, amenazas... Sabemos que la libertad se quedó prisionera en un puño. Pero les aseguro que así ha de ser y en tal postura hemos de mantenernos si queremos que esta tierra no se muera mañana.

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