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Carta Puebla

Castilla, tal y como nos lo cuentan, tiene en Brañosera el primer pueblo instituido como tal. Siempre que nos hemos referido a este rincón lo hemos hecho mencionando su Ayuntamiento, el primero de España. El diploma donde así constaba se ha perdido y a lo sumo, sabemos, que hasta el siglo XVIII se localizaba en San Pedro de Arlanza, y allí lo copió un benedictino de Silos.






Vuelvo a encontrarme con Munio, el de Brañosera, junto a la Peña Rubia, en la Sierra de Hijar. Por Herreruela de Castillería, atravieso el Sestilón y me dirijo al Cueto, a la zaga de mi mentor Felipe Llorente. Después de atravesar el Sendero del Caño, nos abrazamos y él vuelve al pueblo, y yo al encuentro del Conde. Voy buscando el documento. Una señal que verifique aquella historia que sabemos porque nos han ido transmitiendo. El Conde me dicen que está triste estos días porque arrastra sobre el nacimiento de tan importante noticia, el peso de la muerte de un oso pardo alpino. Los ecologistas le han hablado con bastante dureza, ignorando lo que hasta ayer fuera noticia de primera página.

Ya diviso Barruelo, una cuenca que conoció su mayor esplendor -dicen las lenguas- por el tropezón afortunado de un caballo. Lo cierto es que, allí estaba el Conde Munio, que anduvo de poblado en poblado de la mano de Argilo, buscando el cielo y la merced, y nos dejó a Valero, Fénix, Zonio, Cristóbal y Cervelo para poblarle. Seguramente que, ante aquella carta-testamento, los hijos, regocijados en principio por saberse herederos universales de montes, ríos, fuentes, frutos y valles, comienzan a dividirse el territorio.

A Valero le tocó Vadinia, situado en las laderas que se inclinan hacia el arroyo de mediodía. Lo de Vadinia lo sé por el libro de «La Braña», donde se cita a García Guinea que basa la existencia del lugar por algunos fragmentos hallados de «terra sigillata». Y así, trato de adivinar, cómo se reparten los demás La Pedrosa, con su casa de campo; Covarrés, en las estribaciones de Valdecebollas, Pamporquero, Valberzoso y Peña Rubia.

Su padre les deja escrito allí, que sólo paguen el tributo que deben al Conde que estuviere en el Reino. Buena medida, siendo muchos, para que generase riqueza la comarca del Rubagón. Ahora sólo nos queda de su legado, un monte lastimado por especuladores sin escrúpulos y una raza en peligro. Munio Núñez dijo que si alguna vez alguien se burlase de ellos, dentro de los términos de la Villa de Braña-Osaria, pague tres libras de oro.

Si el mandamiento se hubiera cumplido, sus calles estarían empedradas del preciado elemento.

© Froilán De Lózar, para la sección "Cuaderno de Montaña".
Norte de Castilla, 4 de mayo de 1993. 







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