Otra vez la memoria. Otra vez la sintonía del último estertor de Miguel Ángel Blanco. Llevamos camino de resumir todas las muertes en una, de publicar la memoria absoluta de un hombre, es verdad, inocente, indefenso, mártir, víctima como tantos otros de la casualidad, de la fatalidad, acaso del destino ...
Otra vez la recompensa del recuerdo. Siempre a titulo póstumo, y con ello, de alguna manera, la injusticia que se le hace al resto.
Todos los muertos son iguales.
Todos los muertos nos merecen idéntico respeto, la misma publicación que insista en el vil acto y en el inútil ejercicio de quebrar una vida...
Todos los muertos son iguales, hasta los muertos de nuestros enemigos, de quienes nos consideran enemigos y objetivo, porque fueron empujados a matar por el miedo, por la disciplina, por la amenaza de un poder oculto.
Y porque todos son iguales, no podemos limitar el homenaje a un libro, a un hombre, a un partido político. Es cierto que el pueblo estalló en aquel mes de cuatro días por las especiales circunstancias de un secuestro que a todo el mundo puso a prueba de bomba.
Y murió un inocente, el que menos lo esperaba pero, sin restarle ningún valor ni mérito (que ya lo tiene sobradamente ejercer la política en cualquier rincón del País Vasco) no es de un grado superior al policía que sube al coche, da la vuelta a la llave del contacto y salta herido por los aires; pero no es menos muerto que el policía que llega a casa del trabajo y a la entrada del portal recibe un tiro por la espalda; pero no es menos muerto que las seis personas que a las tres menos cuarto de la tarde, el 11 de diciembre de 1985, murieron al estallar cincuenta kilos de amonal, a la altura del número 18 de la calle Peña Prieta, del barrio madrileño de Vallecas; pero no es menos muerto que las veintiún personas que murieron en Barcelona, mientras realizaban sus compras en el supermercado de Hipercor en 1987, ni menos que Gregorio Ordóñez, ni menos que Francisco Tomás y Valiente, ni menos que tantos y tantos otros que murieron por esa misma e incomprendida causa.
"Cuatro días de Julio" es un libro incompleto, donde la memoria no hace justicia a la razón. He de confesar que aquel sábado de Julio también me sentí impotente ante las preguntas de mis hijas, en la última planta de unos grandes almacenes. "Aita. ¿por qué quieren matarle?" "Aita, no le van a matar, ¿verdad?" .Demasiadas evidencias anteriores nos llevaban a creer que aquella pena de muerte no la detendría nadie y que si es horroroso morir a manos de otros hombres por la guerra, o por la lucha para obtener la Independencia, o por la exclamación de cualquier clase, horroroso elevado a la máxima potencia es que te lo anuncien a bombo y platillo sólo unas horas antes, poniendo romo fiador a un pueblo entero. Pero aún intuyendo todo esto y condenándolo, no hay motivo para separarlo del resto de las personas que desde que comenzó este incesante río de sangre han muerto por lo mismo. Por eso pienso que hemos de hacer un libro, un festival, un homenaje por los muertos, por todos, y una inscripción que indague: "¿Cuántas vidas más son necesarias para pagar un trocito de tierra?".
Imagen: dpualba
De la sección "La Colmena", publicada en "Diario Palentino"
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