Al campo no hay que ponerle puertas y esa clasificación de gente, esa selectividad que todavía subyace en la mentalidad de muchas personas, es a mi modo de ver una de las principales causas de ese bajo rendimiento turístico que, en más de medio siglo, no ha visto una consolidación ni un crecimiento significativo.
La montaña palentina se descubre como un espacio atractivo de gran potencialidad en la década de 1960, en el transcurso de las Primeras Asambleas de Turismo. En aquellas reuniones se habló de dotarla primero de infraestructuras de alojamiento, ya fuera camping, albergues, hoteles… y por otro lado, de infraestructuras recreativas relacionadas con los deportes propios de montaña: esquí, alpinismo, actividades náuticas…
La preocupación de los directivos en aquellos momentos quedó reflejada en una frase que explica, tal vez, la lenta progresión turística que se ha venido contemplando desde entonces: “promover y atraer el turismo selectivo, cultural, de fina sensibilidad para captar la belleza del paisaje, obras de arte y la práctica arriesgada pero minoritaria de ciertos deportes.”
Parece que, en cierto modo, se han cumplido las expectativas de aquellos directivos, aunque también entre esos visitantes, todo hay que decirlo, se nos ha colado más de un desaprensivo, como los que se han ido llevando piedra a piedra la ermita de San Jorde de Ojeda, o los que han arrancado de cuajo las leyendas que se exhibían en el roblón de Estalaya: “…¿por qué, si tenemos dos ojos, no vemos dos veces las cosas?” Seguramente, quienes arrancaron esta bella reflexión, no son los mismos que llenaron de graffitis el espacio Natural de Las Tuerces, pero quienes declaran el complejo kárstico cercano a Aguilar como Espacio Natural, los mismos que cercaron el Roblón de Estalaya y le incluyeron en el Catálogo de Especímenes de singular relevancia, los mismos que valoraron los Tejos de Tosande, el olmo de Camporredondo, los robles de Resoba y Lebanza, los mismos que hablan de un plan de conservación mediante tratamientos selvícolas y fitosanitarios; los mismos, en fin, que se empeñaron en declararnos Parque Natural Fuentes Carrionas-Fuente Cobre, se olvidan de revisar el engranaje que en algunas parte de la rueda está roto.
Si a eso le añadimos las Casas Cuartel medio vacías o cerradas a cal y canto, los furtivos campando por la noche a sus anchas y un servicio sanitario tercermundista, ya tenemos motivos suficientes para intranquilizar a quienes vienen buscando “esta geografía que no cabe en la mirada y en la que nosotros nos empeñamos en seguir de cuentavidas” –como comenzaba la leyenda que algún malvado e ignorante arrancó en el bosque de la Castillería.
Qué mejor que venga a admirarla todo el que quiera, que quienes siguen viviendo en ella continúen con el lema de respeto que nuestros mayores nos legaron, que todo el mundo vaya y venga por su espléndido románico, sin que deba temerse tanto el robo, el vilipendio o la caída de edificios como la ermita de San Jorde que, por algún motivo que no entiendo, no acaba de entrar en los planes de recuperación del románico. Son muchas situaciones las que se dan de olvido y dejadez, que para nada se corresponden con esa protección que los políticos aplauden cada vez que nos piden su voto.
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