Matilde Herrero, tía segunda por línea parterna y vecina de Lores, guardaba como un tesoro los libros de cuentas y de historias, algunos de los cuáles recibí como herencia una vez que los sobrinos repartieron sus pertenencias.
Matilde era una mujer noble. Siempre decimos cosas buenas de los muertos, pero sirva de acicate mi visita semanal a su casona, lo que activaba mis deseos de aprender cosas relacionadas con la tierra: cómo se desarrollaba el trabajo en sus tiempos de moza, cómo era la convivencia; tradiciones que se vivían con una vocación hoy en desuso; costumbres que hacían leyes, o servidumbre que ella misma experimentó en Piedrasluengas, donde asimiló tanto las coplas de aquel horquero trastornado, que todavía la recuerdo de pie, de espaldas a la trébede, en aquella cocina recogida (con una puerta lateral que daba al horno donde se hacían las mejores rosquillas del mundo); la lumbre a medio gas y sobre las parrillas un pequeño puchero, mientras la mujer iba recitando de una manera tal los hechos que se confundía la realidad con la leyenda.
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FROILÁN DE LÓZAR, SEPTIEMBRE DE 2020
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2 Comentarios
Tuve el placer de conocer a esta mujer, no demasiado,tal vez,pero lo poco que lo hice pude observar su garra por la vida y las historias vividas. La recuerdo tal y como la describes de luto perpetuo y con su moño recogiendo su pelo blanco como la nieve...
ResponderEliminarMarta, como hace tanto tiempo que me escribiste, encuentro ahora tu comentario en esta nueva plantilla. Fíjate, hace seis años que lo dejabas y todavía me parece reciente. Y qué bueno que sigan aquellas gentes en nuestra memoria. Muy agradecido por tu comentario. Un abrazo.
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