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Un bólido en Villalbeto

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El 9 de Julio de 1931, Rosa, una niña de 11 años, se encontraba jugando a las afueras del municipio leonés de Ardón cuando escuchó un gran estruendo y vio a pocos metros de ella una pequeña roca humeante que había caído del cielo. Una historia similar se repite el día 4 de Enero de 2004 en Villalbeto, un pueblo de la Peña, a medio camino entre Cervera y Guardo, fundado por un tal "Albito", al que se refieren los documentos del Monasterio de San Román. Aquella tarde de domingo, según leo de un testigo, un potente flash lo invadió todo y el tiempo pareció detenerse en muchos kilómetros a la redonda. Las referencias, al principio eran confusas. El asteroide se fragmentó al entrar en la atmósfera y, curiosamente, no entiendo de qué modo, aseguran que por primera vez en España se pudo seguir con precisión la trayectoria seguida por el mismo. Así se supo que el objeto sobrevoló el sur de la provincia de León, pasando a 80 kilómetros de altura por la capital, y dirigiéndose

Decir adiós sin despedirse

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No se entiende ni se valora la lucha que, desde otro punto de vista, otros mantienen por lo mismo, y es habitual bajar las espadas o volcarnos en vanas alabanzas cuando aquellos se debilitan por algún motivo o cuando mueren, triste canción que se repite aquí y en todas partes desde que el mundo es mundo. Generalmente, todo lo que nos hace daño se mueve con más ímpetu, y cuando no se hace daño, o no hay virulencia en la demanda, o no se crea suficiente polémica, pues parece que lo que vayas a decir está de sobra. Quienes por contrato o por hábito nos ejercitamos en la tercera de un diario con tanta solera como el nuestro, es evidente que no disfrutamos a la hora de reclamar la mejora que ansiamos para los lugares donde nacimos, si para ello tenemos que defenestrar a quienes por voluntad del pueblo ocupan el asiento en una institución o parlamento. Parece que no me acompaña la suerte. Entre los artículos que remitía al diario hace unos días, se encontraba uno para publica

Después de la tormenta, llega la reflexión

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Ahora culpamos a todo el mundo, al del tiempo, que pronosticó que nevaría, y nevó, sí, pero no nevó tanto como decía; o al contrario, llegaba un temporal que era evidente en los monitores de los meteorólogos y que luego un viento norte desvió hacia otro sitio. Culpamos al mundo, culpamos a quien sea, sin darnos cuenta que nadie colmará nuestras ansias de arreglarlo todo con un soplo. La nieve no la echa ningún partido político, eso es evidente; ni al tiempo le puede detener ninguna ideología. Los inviernos como este pasaron hace 50 años y no es cuestión de atrincherarse con un millón de máquinas. Pero hay que educarse también para las ausencias, para los peligros, para las situaciones intempestivas que vienen de otros puntos y de las que no se puede culpar a quien lleva la máquina. Nadie se lanza a tumba abierta, en una ruta peligrosa, cuando sigue apretando la tormenta y la ventisca no te deja ver las balizas de señalización. Hemos pasado de no decir nada a explotar e

Jugar a compartir

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Percibimos una entonación especial cuando se nos cuenta algo, por insignificante que pueda parecer a los demás. No se puede medir el sentimiento. Mucho menos cuando el amor es hacia un pueblo, hacia un paisaje, hacia la tierra que nos vio nacer y que se nota que llevamos dentro. Cuando se quiere tanto, uno también entiende el abandono de los suyos, llegados a un punto en el que, lejos de la ayuda institucional que nos devuelva los consultorios de los pueblos y tantas otras cosas que se han ido perdiendo, se pudiera emprender una nueva repoblación que ahora no se contempla, por más incentivos y ungüentos que le demos, por más hechos y razones que uno vaya compartiendo en este y otros medios. Nadie como quienes han pasado por este revoltijo de sensaciones para interpretar también el sueño de unos pocos, aferrados a sus raíces como aquellos capitanes que esperaban -según el manual de los buenos navegantes- a que hubieran salido todo el mundo antes de abandonar el barco.

Un oso corriendo. Un perro ladrando.

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Hace unos días, Fernando Martín Aduriz, emocionado por uno de los artículos donde mencionaba al compositor Luis Guzmán Rubio, subió una foto de la tercera página del diario al muro de facebook, sugiriendo su lectura e invitando a removerlo. Menos mal que era la foto de este diario. Gonzalo Alcalde, por su parte, le hizo un guiño a pie de foto, comentando que lo mío no tenía mérito pues había nacido en la tierra de la que hablaba tanto. Desde luego no le falta razón a ninguno. Entiendo la emoción de Fernando, que es lo primero que te ocurre después de visitar los pueblos que la forman y degustar la comida del Peñalabra o el menú degustación de mis parientes de "La Taba", que ya he visto opiniones contrarias que el psicólogo entenderá aunque no las comparta. Aquí cada uno con su canción. Mientras divagábamos y sonreíamos en aquella red social, los ecologistas palentinos protestaban porque se había absuelto a un joven de ejercer una caza a caballo y con un perro sobre un